1908-1985. Después de Miguel Otero Silva

“Yo tenía 6 años y un perro”, dijo cierta vez, pero no recordó cuando hizo reír a sus compinches del alboroto infantil en Barcelona; tampoco cuando lo sorprendieran los primeros dones de su buen humor durante su amistad con el aledaño marino. ¿Por qué calló en su brevísimo  recuento memorioso sus travesuras en la casa de comercio de su padre en alguna esquina de la ciudad o tal vez en Guanta?

Nadie tuvo la curiosidad  de averiguar tales confidencias al mítico periodista que llegaría a ser. Acaso su historia comenzó de pronto, cuando una mancha de petróleo asomó en un terreno de don Enrique Otero Vizcarrondo. EL beneficio de un royalty dejó atrás la canícula de su última infancia. La larga confidencia sobre el ayer de Miguel Otero Silva comienza con su deserción de las aulas universitarias de Caracas y su primer poema, de cuya lectura sólo se conoce el tiempo de su aparición: 1925 y entusiasmo que despertara una nota de Fernando Paz Castillo. Que se sepa tardó en ceder a la lectura pública algún atrevimiento narrativo, una confesión, un testimonio, una nostalgia, si no.

Acaso la imprenta que fuera a adquirir su padre a Baltimore para difundir la lectura risueña del semanario El Morrocoy azul, su primera invención del bisoño periodista marcó los pasos iniciales de invencionero de su vasto destino: un día se vio comunista sentimental, héroe discreto de la rebelión antigomecista con Gustavo Machado de comandante y su abortado suceso en las costas de Coro, su huida por los cerros, su destierro hasta su regreso al país de “la calma y cordura” y del Inciso de López Contreras que lo devolviera de nuevo a la frontera.

Entonces fue 1942. Del otro lado de la tierra la guerra asolaba, Hitler se adueñaba de Francia y en Caracas el humorista del Morrocoy Azul inventaba con Antonio Arráiz el  diario El Nacional. Desde entonces lo persiguieron las distracciones de sus viejas pasiones: el juego, la apuesta de los purasangre, el béisbol, la amistad, el brindis, la teoría y la conjetura política; mientras el tiempo para atender a la literatura, la poesía y la novela le sería siempre mezquino.

Sabemos que tardó años en pasar en limpio y dar a la publicación el intento narrativo, más bien testimonio, al que llamó Fiebre, cuyo personaje principal fueron los peladeros de Palenques y el paludismo en los llanos altos del Guárico, aquella cárcel de intemperie y carretera con la que  Gómez  castigara a los revoltosos estudiantes del 28.

Un día, durante los  tiempos inciertos y ambiguos de la democracia logró darle punto final a La muerte de Honorio, una narrativa conversada con las llagas de la tortura perezjimenista.

Lo que sigue ofrece la empinada ruta de un encumbrado  porvenir. Intentarlo con minucia sería insensatez en estas apuradas líneas. La vivencia de Miguel Otero Silva en la historia de  Venezuela agobia: el periodismo, la propiedad de un periódico, el oficio de redactor, la participación en los asuntos pendulares del acaecer político, el ajetreo cultural, su presencia misma reclamada por todo un país, lo alejaron  del ocio creador de la literatura y del apartamiento que exige la ficción narrativa.

Cualquier proyecto de libro lo obligaba a esconderse quién sabe dónde, en hoteles sin nombre, en lugares insospechados que hubiera envidiado Marcel Proust y hasta una villa en las colinas de Arezzo. Pero todo resultaba inútil, hasta allá, hasta esa mansión del Renacimiento italiano, vecina al castillo del Vasari, fue a buscarlo un día García Márquez por haber tenido noticias de que en sus aposentos se guardaban más de doscientas bacinillas.

La redacción de Casas Muertas y su reconocimiento internacional (la agonía de un pueblo llanero devorado por el paludismo) acrecentó sobremanera la nombradía de que  ya gozaba.

Pero nadie como él sufrió con sus pasiones y entrenamientos, con su nombre mismo y su protagonismo. Su vida fue un reclamo infatigable de legos y diletantes, empedernidos de la fama y duchos de las ideas y de su retórica los cuales requirieron de su socorro para legitimar cualquier proyecto de razón y fantasía, conciliar enconos ideológicos y jugarretas inconstitucionales de Congreso.

No sabemos cómo logró concluir  Cuando quiero llorar no lloro, su novela de mayor audacia formal Cuando quiero llorar no lloro (traducida al francés como Et retenez vos larmes, préstamo del poeta surrealista Louis Aragon) o la fatigosa investigación que exigiera tratar a Lope de Aguirre,  al que convirtiera en antimperialista de Felipe  II y en Príncipe de la  libertad. Tampoco cómo hizo para domeñar su escasa paciencia alborotando la papelería bíblica y teológica que abunda sobre el martirio de Jesucristo, la soldadesca y la canalla fanática que juraba por su muerte y  su minuciosa lastimadura, pero un buen día ofreció La piedra que era Cristo, la relectura de un justiciero, un socialista sosegado y asimismo la protesta contra la injuria que sufría Barrabás, un guerrillero cenote antirromano,  acusado de ladrón por las Santas Escrituras

Ya había conseguido escabullirse para irse hasta las sabanas secas y boronosas de Guanipa en busca de la continuación de Casas Muertas. De allá, de ese bosque de balancines, el tufo a mene, las candelas de los cuarenta grados y los ranchos del explotado obrero petrolero, es Oficina Nº1, su novela del petróleo, el final de la huida de los sobrevivientes del palúdico pueblo de Ortiz y tal vez la novela con mayor contenido político de su autor.

Su muerte no sólo enlutó nuestra vida cultural y nuestra narrativa  (sus libros, como Casas muertas,  tienen ya “su sitio en lo universal”, señaló Miguel Ángel Asturias)  sino también el periodismo de El Nacional y el  caído prestigio de su veracidad.

Somos un país sin memoria después de Miguel Otero Silva.

 

      Luis Alberto Crespo

Leer en formato ePUB es muy sencillo. Se adapta a cualquier tamaño de pantalla y puedes elegir el formato que más te guste. Solo tienes que encontrar una aplicación que se ajuste a tus necesidades. Te recomendamos algunas.

Sumatra PDF es una herramienta versatil, liviana y libre que permite la visualización de ePUB y PDF.

FBreader es un lector multiplataforma con muchísimas opciones para personalizar las lecturas sin importar el sistema operativo que manejes.

Calibre es la opción para usurios avanzados que quieren sacarle todas las posibilidades a sus libros electrónicos.