Joaquín García Monge: La nostalgia de la desmesura

Deletrear su nombre es afrontar una contradicción cuando damos con su segundo apellido. De monge (con j) no se le conoció su exposición al pacifismo a los que obedecen los hombres de sayo. Mejor le ajustaría el del cartujo, por su habitual comportamiento de escondido y de modesto laborioso de su idealismo, ajeno a la loa y al nombramiento en el circo del espectáculo político e intelectual. Silencioso, apartado estuvo de la verbena de la fama; acaso ello lo moviera escribir breve y escasamente la novela y el cuento, fiel al regionalismo, al costumbrismo, al color local: a su ideología. Los llamó El moto, las Hijas del campo y La mala sombra y otros sucesos (cuya duración no alcanza la página y media).

 

Al contrario, larga y efusiva (¡y cómo!) fueron sus ensayos, artículos, correspondencias, los cuales abultan una bibliografía larga y bastante, lo suficiente como para que su nombradía colme, hasta el pasmo, las historia del pensamiento humanista y político de su pequeña república y de la América nuestra,  bien que tal esmero por soñar un continente sin estrecheces de fronteras, de revindicaciones sociales, con huella bolivariana, nacionalista, antiimperialista, fervoroso  de Mariátegui, Hostos, Sanín Cano, Martí, con entusiasmo por Kroprtokine y Tolstoi, radical, pero de callado marxismo, le valiera el encono de sus adversarios, la injuria de los colonialistas, el desconocimiento de su escritura y de su ética a favor del común, el peón, el bananero, el bracero, el arreador de la grei ajena. No en vano pertenecía a la Alianza de obreros y campesinos de Costa Rica y a la subversión social y cultural que lo encendía y lo abrasaba.

 

Inventó una revista, El Repertorio Americano (con igual, nombre Andrés Bello fundaría una en 1826 pero a tal coincidencia no le hizo caso), la cual exasperó a la sociedad burguesa y oligárquica costarricense, en cuyas páginas suscribiera abundante prosa junto con un grupo de intelectuales refractarios, afrentados a las pacatería y a la malandanza del liberalismo de entonces y mucho después y hasta ahora.

 

Abjuró así mismo de la iglesia, a su ya tradicional acomodamiento al poder político del dictador y del amo. Fue defensor de la República Española, lo emocionó la soviética, se declaró antipositivista, vale le decir socialista, rabioso ante las trasnacionales del banano y del yankee felino, hambriento de soberanías.  Los nombres de los escritores, intelectuales y políticos de Latinoamérica y de Europa, a quienes la revista rendía honores, frecuentaban sus páginas, a veces sin distingos ideológicos y estéticos, como  Martí, Sarmiento, Alfonso Reyes, Lugones,  Azorín, Benavente, Flaubert, Barbusse, Romain Rolland,  Zola, Wilde,los venezolanos Manuel Díaz Rodríguez, Gallegos, Uslar Pietri, Blanco Fombona, el primer Betancourt,  considerados como “previsores”, mientras silenciaba a Simón Rodríguez y a Bello mismo.

 

Maestro de escuela y profesor universitario, expulsado no pocas veces por gobernantes a quienes le atemorizaban su utopía ideológica y educadora de campesinos y obreros, imaginó un periódico como aula de clases y de militancia en el reclamo social, Joaquín García Monge perturbó-valga el eufemismo- a la claque política y social de su patria. La desmesura transfiguradora de su sueño le resultaba dañina a  los dueños de la vida costarricense. Le negaron su curul en el Congreso y cuando se rasgaron las vestiduras de la culpa no entendieron nunca por qué no les aceptó el costo de la felonía.

 

Entonces se encerró en sí mismo, orgulloso de su pobreza y de su integridad moral. Dicen que su casa era un cuarto a punto de sucumbir en un océano de libros y papeles . Así nos lo avisa la estupenda prologuista Flora 0vares en el tomo 229 de los Clásicos de la Biblioteca Ayacucho. Por ella sabemos de su violentada existencia y su terquedad de soñador libertario. También nos refiere que rehusó abandonar a Costa Rica, “por temor a que perdiera su revista” y que se negó a ser postulado al Premio Stalin de la Paz”. “Dígamele a Neruda-escribió en una misiva-que no sabe cómo le agradezco lo que me propone. Que le ruego desista. No quiero ser piedra de escándalo por acá; perdería la tranquilidad que necesito en estos años finales”.

 

En otra carta, esta vez a su amigo y parlamentario Luis Ferrero, le anuncia:”Creo que me consumo”(…)Estoy extrañado de las novelerías del Congreso. Yo nunca hice lo que hice para que me premien”.

 

Batalló duro para que su nostalgia de la desmesura (la social, la ideología, la educativa y cultural a favor de los obreros y campesinos)  viera realizada su utopía.

“En este país-concluye la doctora Ovares- resulta peligroso alejarse del espacio común, del mundo restringido. El silencio, la burla, la indiferencia, que crecen a medida que se aumentan los triunfos y la estimación extranjera, ahogan a veces a los mejores costarricenses”.

 

¿Lo vislumbró Joaquín García Monge? Temo que la nueva poesía latinoamericana no sabe dónde quedan, por ejemplo, Unice Odio o Ana Istarú, esos dos nombres solitarios de Costa Rica. ¿Por qué no temer lo mismo si preguntáramos dónde queda la obra y la ideología educativa de quien terminó mudando su apellido de acucioso monje por el de la reclusión del cartujo?

¿Visitará acaso algún costarricense de estos días la celda de su perennidad?

Luis Alberto Crespo

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