Merideño al principio, venezolano más tarde, hispanoamericano por destino, universal para como nosotros mismos, humanista en consecuencia, esto es, angustiado en la búsqueda de nuestra presencia en el drama de la historia vivida y por vivir, desde ayer y en el presente, todo ello en la reflexión y en el comportamiento como demanda de sí mismo y del otro en la identidad regional y ecuménica, eso y más signó el devenir de Mariano Picón Salas en su obra escrita y actuada como ensayista y su práctica al servicio de nuestra historia y nuestra participación en su dramático ir y venir, así en la regionalidad como en la universalidad, más allá de lo contingente, jamás sujeto a la ideología empequeñecedora, atenta al liberalismo, libre de lo exótico, partícipe de la propuesta humanística del pensamiento de cada día y sin frontera regional.
En ese empeño se ciñó la invención del ensayista que fuera Picón Salas en la diversidad de su escritura y su palabra, dondequiera que se reclamara a sí mismo útil, necesario para reencontrarnos seres de cultura en lo íntimo y lo ilímite, actores en esa utopía de sabernos necesarios para justificarnos, más allá de nuestras fronteras, en la averiguación de nuestro pasado y nuestro devenir. Porque no otra es la lectura y la voz de quien permaneció insaciable preguntando quiénes somos en el mundo de cada día, locales y universales al unísono. Nadie estuvo más atento a desentrañarnos como pueblo y en el común como Picón Salas. Cualquiera realización del ensayista en su prosa y su decir que hoy lo eterniza lleva su impronta. Inagotable es su valer. Hispanoamérica lo reclama cada vez que urge redescubrirnos en la meditación y en el sentimiento y en la confrontación y el entendimiento de la contemporaneidad latinoamericana y terrenal.
Nuestro y de cada lugar donde hubo de ser responsable de esa justificación de lo íntimo y lo vasto en el conflicto y en el logro de ser únicos y de todos en las civilizaciones del ayer y del siempre, así fue Picón Salas, Mariano Picón Salas. Pensarse a sí mismo y pensarnos en el otro colectivo, regionales y ecuménicos cada vez que transitamos su pródiga y profusa obra escrita y oímos su verbo. El ensayo -ya lo dijimos- fue su desvelo no sólo en sus libros, no sólo en su actuación en las aulas, la academia, la diligencia del servidor público, porque limitar su legado humanista sería disminuir su perennidad de intelectual integral.
Allí esta su obra, entre los clásicos de la Biblioteca Ayacucho para confirmarlo con Bolívar, con Bello, con Martí, con Reyes, con su necesario Montaigne, íntimo y habitante del hombre antiguo, de ayer y de mañana, siempre.
Luis Alberto Crespo