Horacio Quiroga: El había una vez y su tragedia

Uno se pregunta ¿qué harán en el recuerdo de Horacio Quiroga las ruinas y la floresta de Misiones, las soledades del Chaco y el irse sin irse de las aguas del Paraná? Hace ya muchos olvidos que el habitante de su colina no regresó más a buscar la quietud necesaria que le reclamaran sus invenciones narrativas donde animales y el hombre intercambiaban confidencias, pormenorizaban revelaciones y pesadillas, iluminaciones y tinieblas, desesperaciones y quietudes,  la epifanía y el horror.

Extraño ser Quiroga. Signado desde muchacho por lo tráfico, la muerte sin querer o queriéndola, luego el abandono del lugar por la ciudad, la elección de lo mundano, la frivolidad del reconocimiento literario, y más tarde el hastío de lo urbano, lo citadino y de pronto el regreso al monte, como llaman sus críticos y averiguadores de su obra a su lar montañoso y a sus vallados. Por último su ningún lugar dónde gozar de su otrora gloria y del lucro de sus derechos de autor, dolido así, en su espíritu, cuando sus dones flaqueaban, y en su carne, cuando sus vísceras lo mordían.

No en vano lo doloroso, lo espantable, la desesperación,  acompañó con frecuencia sus mejores logros narrativos, su depurada técnica narrativa, fiel al naturalismo, a la realidad casi inalterada, su cohesión de asunto y formas, su particularidad. Obras como La gallina degollada, La insolación, El desierto o como El hijo dicen del arte de Quiroga y de sus doscientos cuentos reunidos por la Biblioteca Ayacucho la excelencia que alcanza la belleza de lo terrible, la perfección en el modo de alternar lo real y lo insólito, la consecuencia inquietante y estupefacta de un desenlace, la dureza en la descripción del horror, la sorpresiva caída en lo tenebroso o la fatalidad, el delirio y la locura,

Dice Emir Rodríguez Monegal, en su necesario prólogo de Ayacucho, que Los desterrados es “el mejor libro, el más homogéneo de Quiroga”. Y hace hincapié en lo que él llama “sus asperezas estilísticas, su relativo desdén por la escritura artística”.  ¿Por qué no hallar en esta crudeza, este abrupto modo de narrar (tan fiel como fue a no desatender las asperezas de lo real, sin el oropel y el acicalamiento efectista del frío preciosismo) la perennidad de su obra, sobremanera en estos días en que la literatura contemporánea (la novelística, la cuentística y la poesía) se libera cada vez de los excesos formales de la materia o el motivo liberándola de estilos y gustos negadores de la libertad creadora?. Ello prueba el continuo y creciente reclamo del público lector continental y universal de la cuentística de Horacio Quiroga, quien cumpliera el mismo sino trágico de sus personajes, como su suicidio (esa decisión que le fuera tan familiar) un día de 1937 y desde entonces no ha muerto.

Luis Alberto Crespo

 

 

 

 

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