Sigüenza y Góngora lo supo todo

Fue matemático, astrólogo, lingüista, teólogo, historiador, astrónomo, filósofo, bibliófilo, ingeniero, geógrafo, etnógrafo, cosmógrafo, catedrático y hasta poeta.

Su vida transcurrió cuando el siglo XVII moría y alboreaba el XVIII, allá en el México colonial del tiempo agónico de los Habsburgos.

Con petulancia pretendió descender de don Luis de Góngora y Argote, el dios de la poesía barroca y lo fue, a más de probar el patronímico de una estirpe palaciega y ostentó escudo nobiliario. Ejerció oficios sin cuento, algunos ingratos, como el de La Inquisición y mantuvo prestigiosa compañía, como la de Sor Juana Inés de la Cruz, a quien vio morir cuando rezara por ella al borde de la huesa del cementerio.

Su única, su sola lastimadura (mientas lo esperaba la muerte con el brote fatal de un tumor del tamaño de una chayota en el bajo vientre y un poporo nefrítico como del tamaño de una nuez en el hígado) la sufrió como llaga moral cuando la Compañía de Jesús de los pedantes jesuitas desdeñaron su reingreso a los achaques sabihondos de la orden ignaciana por culpa de su inconstante puntualidad y sus viciosas distracciones, bien que desesperara limosneando su reingreso hasta el final de sus días.

Erudito como los más en la averiguación de los planetas y del remoto pasado de los habitantes de México, el propio Humboldt estimó con largueza su desmesurada sabiduría al observar sus dibujos de la emigración de los aztecas; y supo por él que las pirámides de Teotihuacán había sido invento de los olmecas que no de los toltecas. Apena que gran parte de sus manuscritos se consumieran en el polvo de la indiferencia y acaso de la inquina, porque fueron de suyo polémicos, abjuradores de la tradición y la superstición que hacía estragos entre los empingorotados de la privanza del virreinato y aún en el común. Sobrevivieron a tanta mezquindad no pocos cronicones y libros de cuero de becerro, tal Los Infortunios de Alonso Ramírez, el Alboroto y motín de los indios de México el Trofeo de la justicia española en el castigo de la alevosía francesa, el Teatro de virtudes políticas, la Libra astronómica y filosófica (su obra cumbre).

De tan agobio avío de saberes, Don Carlos de Sigüenza y Góngora privilegió el de sus averiguaciones estelares, de cuyas profusas curiosidades y revelaciones causara afrontamientos muchos con los sesudos de entonces, sobremanera en lo que hacía a su densa minucia del pasado indígena mexicano.

Huelga decir, después de intimar con su inagotable patrimonio escritural, que quienquiera ahincarse en el registro del ayer mexicano de esos siglos ha de transitar la obra de este gran barroco, profundo conocedor del cielo y de la tierra Sigüenza y Góngora, esa biblioteca de lectura proteica cuya selección ofrece la Biblioteca Ayacucho en la Colección Clásica.

Luis Alberto Crespo

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