Andrés Eloy Blanco 1896-1955. Todo un país para un poeta

Vulgo gratissimus auctor, poeta amado por el pueblo, saludó a Dante Giovanni Virgilio, anota Stefan Ztefan Sweig en uno de sus indispensables ensayos. Huelga confirmarlo cuando uno pasa por las orillas del Arno y Florencia nos acerca al empurpurado miglior fabbro rendido a la belleza más imaginaria que real de Beatrice Portinari y vuelve a transitar los 14000 versos de La Divina Comedia, regresa a Italia y a su idioma; y si nos interiorizara la niebla de Chachopo a Apartaderos, en los Andes de más arriba, adivinaríamos la magra figura de Andrés Eloy Blanco en las páginas del poema a la loca Luz Caraballo y de nuevo releeríamos en la memoria a Venezuela y a sus decires  de verso y canto.

Entre el Dante y el poeta cumanés es claro que media el tiempo y el relieve de la universalidad, pero los aproxima su pertenencia, aquél a Ravena, a Italia, y con igual vínculo a éste a Cumaná y a Venezuela. (La regionalidad, sostuvo Derek Walcott, el poeta Premio Nobel, es el principio o fundamento de la poesía).

No es improbable que tal vecindad se cumpla, sólo que en Andrés Eloy (la gloria no ha requerido del apellido para eternizarlo, como tampoco el del Dante) su nombre  es santo y seña para sentirlo nuestro y basta nombrarlo para interiorizarlo en la memoria, como que bastaría palabrear las primeras sílabas de uno de sus versos para que se diera en el recuerdo su poesía por entero y transitáramos su obra entera, porque nadie -o contados- son los poetas nuestros que se perpetúan de esta suerte, deudores como son de cancelar su perennidad con el título de una de sus obras o con el anecdotario del biógrafo.

Un tiempo hubo (porque la poesía se nutre del olvido y de la muerte, sostiene Virgilio) en que el común de los venezolanos se placía en prolongar el primer verso de Coplas del amor viajero, Florinda en invierno, El limonero del Señor o el poema a los hijos en Giraluna.

Cumanés en su larga casa frente a la plaza donde el Libertador se ha bajado del caballo para vestir atuendo de estadista y pensador, como lo fuera, unas  cuadras después,  Ramos Sucre detrás de las ventanas que contemplan el templo de San Inés, confinado con sus dioses de insomnio y bibliotecas, Andrés Eloy fue Juglar de pueblo con su poesía de Venezuela posmodernista y de memoria popular, su hombre libre y perseguido de sabana, de montaña, de orilla y de ola azul que cruza el mar lo borra el azul marino.

Las modas de la poesía suelen ser tan inconstantes como la ropa, así el surrealismo, así y la prosa y el poema del nárcótico de los beatknis. Hoy, es cierto la poesía de Andrés Eloy Blanco escucha un lento silencio cuando se le invoca o se relee en los talleres literarios, los recitales, bienales y tesis académicas, pero, qué vale, basta con entonar, digamos, con voz y bongó de sonero a Angelitos negros o nos sorprende un giro de nuestra historia nacional (como el que sustrajo de la desmemoria el corrio de caballería de Maisanta) para que la Venezuela de esta hora vaya en busca de su ayer literario, social y político.

Al igual que Gallegos, Andrés Eloy Blanco cumplió obediencia partidista, desvelos de alto funcionario, pero lo banderizo no distrajo las bondades de sus dones estéticos, su venezonalidad y su presencia en la explicación de un país y del destino de su mañana.

Luis Alberto Crespo

 

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