Guillermo Enrique Hudson, allá lejos y hace tiempo

William Henry Hudson conoció en vida la pobreza y el éxito, el reconocimiento público y el desprecio de sus contemporáneos, la abigarrada existencia de la gran ciudad y la elusiva libertad del campo bárbaro y desnudo. Pero, si nos atrevemos a adosarle una epíteto que el mismísimo Borges le dedica a La tierra purpúrea, fue uno de los pocos hombres felices que hay en la tierra.

Hijo de padres estadounidenses que emigran sin razón aparente al lejano sur del continente, nace en Buenos Aires y pronto empieza su vida en el campo, lejos de la ciudad, en la estancia de la familia. Su contacto con la naturaleza lo convertirá en un aguzado observador de todo el orbe; su frágil salud lo transformará en un ávido lector. Así, antes de despedirse de todo lo que amaba y fascinaba para emprender el largo viaje hasta Inglaterra, ya su destino estaba forjado. Iba a ser un naturalista e iba a ser escritor. No será cualquier naturalista sino el ornitólogo más importante de su época y contribuyente asiduo de las publicaciones y sociedades científicas del mundo. Tampoco será cualquier escritor, sino una de las plumas más elogiadas de la Inglaterra victoriana y con muchísimos lectores.

Recorrer el viaje vital de Hudson es fácil porque él mismo nos ha dejado la hoja de ruta en sus libros engendrados en esos primeros años en la Argentina. Primero a través de sus «ensayos al aire libre» como Un naturalista en la plata o Días de ocio en la Patagonia, en sus narraciones como El ombú y La tierra purpúrea y en sus memorias Allá lejos y hace tiempo. Leo este último título y no dejo de pensar en lo acertado para poder comprender su vida y su obra. Porque sus textos parecen siempre ocurrir en otro lugar lejano y en otro tiempo. Ya no es como el invasor que llega a «descubrir» lo nuevo y que en esa operación lo recrea. Sino que se dedica a recordar desde la distancia lo que ya sabe, lo que siempre ha estado ahí, y al hacerlo presente crea algo completamente nuevo pero inevitablemente familiar. Sigue los pasos de Humboltd y de Darwin, pero también allana el camino y se esconde en la iniciales de E. M. Forster y T. E. Lawrence.

Como en la pampa, el mar o la jungla, el recorrido de Hudson se puede medir en distancias infinitas. Siempre inmigrante, añorando una tierra que apenas conoció. Y siempre exiliado, yendo hacia adelante pero sin dejar de mirar hacia atrás. Adoptado por dos países y por dos idiomas. Pienso en las vidas paralelas de Rudyard Kipling y de Joseph Conrad, también constructores de una nostalgia compartida pero de lugares distintos. Llámese jungla, mar o pampa, escribir es la única manera de recrear lo perdido, de dejar de ser un extranjero en cualquier tierra. Aunque finalmente siempre esté allá lejos.

Y hace mucho tiempo. Porque todo parece ocurrir en un pasado detenido. La memoria parece ser la única manera de vivir y el único combustible para avanzar. El paraíso perdido, la edad de oro. Filones inacabables de historias, de personajes, de cosas por explicar. Y el refugio eterno que representa la vida natural que, sin embargo, está amenazada por el progreso y la civilización. Aunque el autor se rinde a una vida tumultuosa en la ciudad, el campo, ese campo condenado a desaparecer pero que cobra vida en cada página, es el lugar donde se ha sido feliz y al tiempo que siempre se regresa. Así que cada descripción tiene el encanto de los casos perdidos y hace del anacronismo su principal fortaleza.

Hay una última dicotomía que es pertinente resaltar. De padres anglosajones, es de esperar que su lengua materna sea el inglés y no es extraño que toda su obra esté escrita en ese idioma. Y que como ya dijimos, haya sido uno de los escritores más leídos y alabados de su época en esa lengua. Sin embargo, su doble condición de exiliado y anacrónico, le ha deparado un sistemático olvido en las letras inglesas. Exiliado, anacrónico y siempre traducido. Porque el estilo de Hudson va a ser una constante traducción: Esas primeras historias oídas de boca de los gauchos que no pudo trasladar con la misma cadencia, los mismos giros y los mismos vicios. Luego vendrá otra traducción. William Henry se convertirá en  Guillermo Enrique. Y la Argentina, tierra de exiliados y de esplendores pasados, se dará a la tarea de reclamarlo como un escritor nacional. Nuestras cosas [escribe Ezequiel Martínez Estrada] no han tenido poeta, pintor ni intérprete semejante a Hudson, ni lo tendrán nunca. Hernández es una parcela de ese cosmorama de la vida argentina que Hudson cantó, describió y comentó… En las últimas páginas de The Purple Land, por ejemplo, hay contenida la máxima filosofía y la suprema justificación de América frente a la civilización occidental y a los valores de la cultura de cátedra.

Nos reconocemos en el espejo del otro. Y mucho más si el otro es ajeno, lejano y perdido en el tiempo.

Jesús D. León

 

 

 

Leer en formato ePUB es muy sencillo. Se adapta a cualquier tamaño de pantalla y puedes elegir el formato que más te guste. Solo tienes que encontrar una aplicación que se ajuste a tus necesidades. Te recomendamos algunas.

Sumatra PDF es una herramienta versatil, liviana y libre que permite la visualización de ePUB y PDF.

FBreader es un lector multiplataforma con muchísimas opciones para personalizar las lecturas sin importar el sistema operativo que manejes.

Calibre es la opción para usurios avanzados que quieren sacarle todas las posibilidades a sus libros electrónicos.