La perfección o Humberto Mata

“Soy un escritor de soledad”. Se lo vi en los ojos, donde orillaban unas lágrimas contenidas. Porque siempre fue así.

Esos arrestos suyos de afligido los acentuaba el andar silencioso y tardo de un cuerpo ofrecido al dolor, al que escondía con cierta torpeza mientras viviera a modo de despedida. ¿Acaso libaba para ofenderlo, acaso el licor fue la revelación de una pena?  Una vez lo vi en su tierra de estiaje, la del Orinoco cuando dispersaba el uroboro de sus mil caños. Entonces comprendí ese estilo suyo con que trazaba líneas múltiples a la anécdota de sus inventos narrativos. El caño Cocuina lo sabe y la isla Tórtola y el lento y lejano Pedernales donde provoca irnos de la realidad.

La muerte le prohibió que lo exaltáramos largamente. Nadie murió tan ofendido: quería esmerarse aún más en la labor creadora de su soledad. Cuando en ella insistía, su voz en la conversación hacía como el bordado de la ola en Manamo y como el susurro de la hoja del moriche que es pájaro y es palma. Sorprende que nunca ostentara esa fiebre que tanto asuela a la vanidad literaria Ninguno se calló tanto escribiendo; ninguno se dijo escritor y nunca contestaba con altivez a quien se daba a averiguar su vida.

¿Por qué pienso en Juan Sánchez Peláez, nuestro miglior fabbro de la poesía, cuando releo Revelaciones de una dama que teje y el imaginario de Pieles de leopardo, en los que cada asunto oculta, sin desaparecerlo, el contenido anecdótico de su apariencia y es la imagen (que tanto ama la poesía del poeta de Por cual  causa o nostalgia) la que se apodera del encantamiento?

Hubimos de esperar que concluyera Pie de página, su íngrima novela  donde Tucupita, en la boca de la eternidad orinoquense, transcurre de mil modos, adentrándose en las orillas del vario discurso narrativo, el de los bajos del inconsciente y el desagüe de sus superficies, para que entendiéramos cómo era la perfección de su arte, del que avizorara, en sus inicios de taumaturgo de las letras, la crítica de Juan Liscano y de Orlando Araujo.

Sí, él mismo se acusó como un escritor de soledad, para soslayar de esa suerte a su lector solipsista, el mismo que frecuenta nuestra lírica crepuscular. Tal sentimiento merodea en cada cuento suyo, tal las aguas mudas de los caños deltáicos  y hasta la lejanía del alta mar de su mirada en lo eterno.

Luis Alberto Crespo

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