12 de octubre: aquella herida aún abierta

Ellos vinieron, todavía lo hacen.

Aquella vez sigue siendo hoy, de modo distinto pero con la entraña y la idea apenas sin moverse: la colonia tuvo hambre de oro y perla con olor a canela: el cielo de los dioses vegetales desplomaos por el de las Sagradas Escrituras; la escritura y los golpes del madero de las fundaciones mentían su fines atroces a los hombres desnudos de las florestas, los valles y las costas: el campo de concentración de los repartimientos y encomiendas y su artimaña aviesa: la muerte en el alma por decir el etnocidio como la califica la antropología.

Pasa el tiempo y con él las civilizaciones. Aquel viejo colonialismo de la Contrarreforma que desembarcó la mañana de 1492 (el rey y el papa se repartían vidas y almas) -es hoy múltiple e insoportable- ¿A qué escribir la minucia de sus imperialismos, su hegemonía?

¿Cuántos de aquellos habitantes los vieron llegar y afrentar sus arcabuces y cuchillos? Acaso 350 OOO, o muchos más, 500.000 -cómo saberlo- hasta ser diezmados minuciosamente. Entre nosotros la matanza por indistinto horror-la espada y la pólvora-, el crucifijo y los mandamientos, el etnocidio de la civilización del consumo neoliberal, los sobrevivientes desde ese largo saco inmisericorde hablan, entre arawaco y caribe 35 lenguas, no pocas de ellas diezmadas o desaparecidas , como los caquetios y los jiraharas, cuyos últimos hablantes se escuchaban en Barquisimeto en los años veinte; los chaimas, los achaguas, los guarequenas, los puinave del Guaiviare de tinte terroso y el Atabapo oscuro, los kako, que son sólo un murmullo o el que remedaba el loro que oyera Humboldt, único sobreviviente de la lengua de los atures, además el que hablaban los timoto-cuicas en los ventisqueros.

Es lugar común repetir la creencia de que un pueblo sin idioma propio no existe. A más de la antigua matanza física y lingüística que decimos, hoy sucede la de la vergüenza étnica, el miedo o la desestima del originario a dejar escuchar su herencia verbal.

Los diccionarios las versiones a nuestro idioma de los misioneros, las anotaciones de Humboldt y la enseñanzas de los propios maestros nativos han difundido y avivado gran números de esas lenguas, lastimadas, agónicas y sepultadas.

Poetas como Ramón Querales abrevaron entre los vestigios de la lengua extinta de los ayamanes (sus ancestros) o Canache la Rosa entre los restos de la lengua kariñay, hace unos años Gustavo Pereira concluyó Costado Indio, publicado por la Biblioteca Ayacucho. Libro de amor es por el imaginario poético de no pocos pueblos indígenas, el de los kariñas, los pemón, los waraos, los wayúu, fiel a las versiones de sus autorizados traductores o recreados (o transfigurados) por el propio Gustavo Pereira.

A esta muestra antológica de Costado indio y de los que el antólogo, con respeto sumo, llama balbuceos a sus acercamientos personales de “admiración y solidaridad por la poética de nuestros pueblos originarios”.

Luis Alberto Crespo

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