Humberto Mata o la perfección

¿Por qué digo que el cuento Ekida es la exactitud y que su escritura misma (aún después de haber dado cuenta de su asunto) es el acabado (talladura en sí) de una forma o molde en el que se cumplen la exégesis del género desde Chejov hasta Faulkner, sin desmedro de las artimañas de Sheherezada?

Pasa que en el caso de Humberto Mata la narrativa que fuera su achaque casi secreto (por lo escueto en su labor) persiguió una cuentística que prestaba su materia y su sustancia misma a cada una de ellas, de modo que su  recuerdo en el lector, más que memorizar sus particulares hechizos (lo fantástico, por ejemplo, del que fue ducho hasta el pasmo) persiste como insistente nostalgia, el goce de un absoluto casi imposible de particularizar.

José Balza -de nuevo- acierta cuando observa que el escritor, tan prontamente arrebatado por la muerte, era “un autor único: los lectores se transforman también al conocer su trabajo”. Sí, después de leerlo, somos otros. Su “estilo impecable”, su “transparencia gramatical”, subraya el maestro de Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar y Marzo anterior, logran, al unísono (el objeto y fondo) una fascinación difícil de fragmentar, como si sus maneras formales hicieran un todo con la anécdota.

Así ocurre, con igual admiración, en la novela Pie de página, donde el Delta, en cuyo caravanserraglio de caños e ínsulas naciera Mata, la narración es un entrevero similar de apariencias del afuera (la palma, la orilla,  el enorme desagüe del Orinoco) y la vida, que en ese laberinto transcurre, múltiple y sola, acaso como excusa para la consecución de una anotación, casi obsesiva, de lo otro, del otro o el aledaño, en cada recodo de la o las anécdotas que suscitan.

El río escribe, es el autor, se le asemeja. Acaso sea este el artilugio que lograra Mata para perfeccionar ese estilo deltaico tan frecuente en todas sus creaciones, las cuales se mueven en parejos laberintos genéricos: el fantástico, el policial, lo urbano, lo mistérico, hasta lograr la extrañeza o, como dice Laura Antillano, “la bruma extraña”, esas mudanzas de lugares, a modo de una desembocadura de territorios de agua y borde, tal aquella maravilla, El otro Delta.

Fui su lector cuando sentí que Pie de página, antes que novela, era una disculpa del oficio para “tratar, con ostinato rigore, un viaje deltaico a los derroteros del lenguaje y su enredijo vegetal y humano, hecho de carne y sueño, de delicia y lastimadura”.

Artista de la narrativa del regreso (“todo regreso es una separación”) fue Humberto Mata y del embrollo deltaico en Ekida, conjunción de leopardo y deseo (“un leopardo que sea como el río, como el Macuro en mí”), de la muerte (“inelegante”) y tanto, que logra la poiesis, sino su locus, su región de metáforas e imágenes, sin que resulte posible su ubicación en el glosario interpretativo tan del gusto de los averiguador de significados, por lo que repito mi conjetura de hace unas líneas cuando me atreví a darle primacía, después de cotejar la obra de Humberto Mata, a una invención de desembocadura en la situación narrada, entre Tucupita y lo mudable, lo cual hace posible la boga y el naufragio de lo indistinto (“el silbido del aire entre los árboles y la revelación de una música antigua”), la realidad simple y su transfiguración poética.

Antes y después de ser un escritor sin deudas con influencias visibles (tal vez con Cortázar o el Henry James de Los papeles de Aspern, acaso menos con otros, ¿no es así Balza?) Humberto Mata vivió de su crepúsculo, casi no se le oía, miraba, no nos pertenecía: lo supe cuando anduvimos juntos por Tucupita. Nadie estuvo tanto tiempo sin moverse de sí mismo, como una contradicción de sus caños.

Durante trece años se esmeró Humberto Mata en darle esplendor a la Biblioteca Ayacucho, en hacerla lucir una nueva imagen, en crear colecciones, en ofrecerla como lectura ilustrada y como lectura virtual. Luego se regresó a vivir con su sentimiento crepuscular, en su casa de última tierra, hoy, un 26 de agosto de 20l7, siempre el mismo, único, puro, como su escritura.

Luis Alberto Crespo

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