Todas las emociones de un relato ocurren en Humberto Mata. Apenas las vivimos nos gana su embrujamiento. Acaso esta sea una de sus astucias narrativas como escritor solitario que fue en la narrativa venezolana por su modo, tan suyo, de ser otro, inimitable, entre los suyos en el oficio. ¿Cuántos Humberto Mata transitamos sus lectores mientras tarda o nos gana, unas frases después, a vuelta de página, su ars narrativo?
La precisión con que prepara la sorpresa, el resultado inesperado de la anécdota, es varia, de toda emoción, lo trágico, lo risueño, inesperada de continuo, como la trama de Boquerón, uno de sus logros maestros, o en cualesquiera otra invención, allí mismo, en el inmediato afuera, o más luego, después del Delta en que naciera en 1949, o en El Nilo, o en esta o cualquier calle, habitual o imaginariamente cierta, el mar, el arroyo, la esquina, el mundo.
¿Por qué no releer, ahora, que su pasado ha dejado de vivir en intensa permanencia, ineludible, permanencia, un momento de este su ars, no importa cuál, para degustar ese modo tan suyo de tejer una intriga, un hecho sin identidad o con identidad aparente en el idioma que le es propio, y nunca cedido, en estilo y en motivo, con el que talla un lenguaje de invencionero del género en el que se mueve con adorable holgura entre lo áspero de un asunto o su sedosidad, por decir entre lo real crudo y lo real ensoñado o derivando entre lo puramente formal, lo matérico, diría la academia conceptual, y la confidencia temática a lo puramente no insospechado, cada vez, como ocurre en su cuento ¿Todavía te acuerdas de nosotros? ¿Por qué no releerlo ahora que Humberto Mata se eterniza en la memoria de su paso por la vida de su escritura, la de la narración breve, de que fuera invencionero, y de la novela del Delta orinoquense funambulesco de Pie de Página?
¿Qué dice Humberto Mata en este relato que define, que explica su fantasía literaria? “La mañana estaba despejada”. Y eso bastó para atraparnos en su propósito, aparentemente simple, común, como el pez de plata viva en la flecha del anzuelo entre las aguas muertas de un estanque confundiéndonos entre dos imposibles: la vida sobreviviendo en lo yerto, la del pez y su estremecida presencia en las aguas putrefactas donde nunca nada vive, lo quieto luctuoso, capaz de darle el ser a lo que en su desierto sepulta, mientras nos anuncia que algo aterrador se prepara (¿tan pronto, después de tan escasas frases?) en ese encuentro impensable del pez de plata y del pozo maloliente.
¿Qué esconde tan presuroso el cuentista en esta confidencia del contrasentido que pretende probar lo improbable de una criatura del agua corriente a la que le da vida el agua muerta, su negación misma? ¿A dónde quiere llevarnos el relato? ¿A qué fin absurdo busca conducirnos en ese espacio sin vida en el que existe lo que lo nulo le niega?
Algo detiene a la tan escueta confidencia. Algo, tan del gusto del narrador: lo inesperado, lo insospechado. El pescador recoge la cuerda de pescar y ya olvida lo que asegura que nunca ha logrado: la pesca del pez de vida imposible.
“¿Recuerdas Rebeca, recuerdas aquellos momentos de intenso amor?” Lo que imaginamos posible en lo imposible se muda de improviso a lo verdaderamente verdadero: la muerte de un sentimiento en la metáfora del agua muerta en la que sobrevive, o cree lograrlo, la imagen del pez como el amor que se muestra vivo aún en un espacio (el afuera, lo existente) donde sólo es posible lo fenecido.
La realidad es la obsesión que visita como idea fija la imaginación de Humberto Mata. Huelga repetir lo que su lector ha aprendido durante el tránsito de su obra, la convivencia o el afrontamiento con los imposibles. Es esa la astucia de su autor, si no su estilo. Lo que acaece en nosotros es una prolongación del afuera, como en el relato de marras. Rebeca y el pescador son un ayer, vivido como destino, como ananké, como fatalidad, al principio ilusión buscada y después tropiezo, fracaso. Las veces que el humor irrumpe en el curso de la confidencia, pero su goce no hace sino acentuar esa contradicción de lo deseado por vivir y la derrota que lo espera.
Hay, entonces, un trasfondo grave en los asuntos más caros a los propósitos narrativos de Humberto Mata. El afuera, el ámbito en que se mueven sus personajes se asemejan -ya lo dijimos- a sus situaciones. Sus desasosiegos y sus armonías ocurren a modo de entradas y salidas de un laberinto. Es, pues, un ars del decir narrativo cambiante, inestable, por ello sorpresivo: frecuentamos gozándolo, entre lo sensual y lo melancólico. Fuimos gozosos de plenitud y menesterosos de su carencia. La exactitud persigue la invención de esta vivencia creadora.
En ella ha dejado huella cada anécdota. Tanto, que sus lectores hallan disfrute, dejando -si pudieran – el asunto de cada narración para el deleite de sus maneras formales, su lenguaje, donde todo es puro, es escritura en sí, sobriedad, precisión, limpieza verbal.
Luis Alberto Crespo