Se trata de mucho más allá de hace poco, de cuando el hambre, la bofetada, el azote, la herida abierta, la bala que mató a su padre en 1917 y de Jesús Menéndez, el capitán de los peones azucareros, baleado por Fulgencio Batista. De eso se trata, de no olvidar nunca a Sóngoro Cosongo, a West Indies LTD, la canción del maltrato y el plomo del bracero antillano, de La charanga de Juan el barbero, de la Elegía a Jacques Roumain en el cielo de Haití y la del capitán obrero Jesús Menéndez, “armado más de valor que de acero”, a quien Góngora le prestara su epígrafe; de Simón Caraballo, también se trata, “marido de sun guitarra” y del llanto por Emmett Till, el muchacho del Mississipi, ultimado feamente y lanzado a las aguas del río “hermano de los negros”.
Sí; se trata de Nicolás Guillén, camagüeyano y mulato y ya uno no olvida su son entero y lo siente muy adentro del soldado Miguel Paz y el sargento José Inés, el guajiro de los cañaverales del monopolio azucarero, la peonada platanera del banana fruits, el malamedra de la cabria en los pozos petroleros de Lagunillas, de la Latinoamérica del mayoral a caballo y a rejo, de la nación negra y mulata, del esclavo de la nueva vergüenza y la copia de la vieja humillación, desde los años treinta y quién sabe. Así es esta poesía, la que acusa a las acciones de la bolsa difundidas en primera página por el New York Herald Tribune manchadas con sudor y sangre, humillada por el sueldo mendrugo, la de la rabia en el corazón ofendido y su contestación en versos de iracundia bailable, en son no más, en décima y en romance prestado a Lope de Vega y a los gallos del Cid quebrando albores, en sensamayá y mayombé, “en canto para matar una culebra”, esto es, escrito y cantado como negraje y como mulato en los Motivos de son, en jitanjáfora de afrocubanidad ,menos confidencia que sonoridad en ¡Ñegue, que se vaya el ñegue!, Guije, que se vaya el güije! y en español castizo de endecasílabos, en logro de arte lírico de consonante y romance y en el aleteo del vuelo de la paloma popular sobre el hombre humillado y ofendido y en la inocencia del niño en su barco de papel por el mar de las Antillas, dueño del nacionalista alcatraz y la gaviota.
Así sonaba -y todavía más- la poesía de Nicolás Guillén desde Guanabacoa, Mene Grande y Barlovento del cacao, los bananales de Guatemala, los cafetales de Colombia, las minas del cobre boliviano, las de la plata peruana y las del cobre y el hierro chilenos, el coraje vietnamita y la altivez de Ángela Davis, hasta las trincheras de la guerra española, junto a Neruda, Alberti y Lorca, en ese entonces de las brigadas internacionales y después en la España aparta de mí ese cáliz vallejiano y durante el destierro sin amaneceres en tierra propia, si no hubiera sido 1959 cuando ocurrió Fidel y el Ché, “que ilumina la noche americana/como una estrella súbita”.
La Biblioteca Ayacucho convidó a Ángel Augier a que difundiera la perpetuidad de Nicolás Guillén en la colección de sus Clásicos y el escritor dio a cotejar aquélla que reúne su cubanidad, su poesía hablada en mulato, en latinoamericano puro, en nieto de Lope de Vega y en hermano de Lorca. Antes de cederla al lector concluyó con orgullo que “esa poesía cubana, vertida a tantos idiomas, es decir, elevada al nivel de la humanidad, es una luz cálida y poderosa, capaz de llegar también al corazón de las masas del mundo entero”.
…y en la noche, mientras los astros ardan en la punta
de nuestras llamas
muestra risa madrugará sobe los ríos y los pájaros.
Luis Alberto Crespo