Nataniel Aguirre: Cuando la tierra peleó en Cochabamba

Ayer fue 1885, ayer fue Bolivia en Cochabamba y en la escritura novelada que el escritor Nataniel Aguirre trazara sobre aquel dolor colectivo que vivieran los indios y los mestizos bolivianos que sufrieran en su enfrentamiento contra España. Estuvo narrada para siempre, de modo sencillo, “como la ropa”, dice Alba María Paz Roldán, la prologuista de Juan de la Rosa. Memorias del último soldado de la Independencia, la edición 222 de la Biblioteca Ayacucho.

Su autor era un letrado de corbata y bufete, político, intelectual, servidor público y diplomático, pero no por ello displicente a la hora de guerrear en la penosa batalla del Pacífico, donde la muerte comandó tropas bolivianas, peruanas y chilenas en el mar y en el desierto amarillo de Atacama, nunca mojado por otra lluvia que no fuera la que dejara la sangre humana sobre su peladura mostaza.

Y también era poeta Nataniel Aguirre, o sea íntimo, porque le prometió a su mujer en un soneto que la amaría “con recental ternura”. Intimo, acabamos de anotar, lo fue asimismo porque sintió largo y renovado fervor por Bolivia, en emoción y en oficio, al determinar ceder a la literatura de su país y de Latinoamérica la narración de Juan de la Rosa. Memorias del último soldado de la Independencia.

A nadie como a él lo movió tanta pasión nacional en la invención de esta su única novela, que curiosos de las gavetas y papeles guardados o dejados con descuido y o para después, juran incompleta.

Trata de la dignidad y del orgullo que avivara a la vieja y callada Cochabamba en esos históricos días del XIX de batallas bolivarianas, cuyo mutismo antiguo perturbó la grita de la rebelión y la pólvora. Su personaje omnímodo es un soldado con nombre de jardín, coronel y edecán del Mariscal Sucre en Ayacucho. Obedeció al título de granadero de a caballo y en la novela de soldado desde niño cuando conoció heridas ocultas y visibles, como las de hoy, cuando los suyos se baten por el rescate de su soberanía, arrebatada por un señora y su pálida jauría de oligarcas, los energúmenos históricos de Bolivia y de América.

No hay hombres nada más esta rebelión. Está también la mujer, antes y después del amor, como la madre de Juan de la Rosa y su sacrificio, como su amada y ah, como la de esa abuela que lanzara un puñado de la sangre de su martirio a la cara del verdugo. Juan de la Rosa es pues toda Cochabamba, guerrero indígena y mestizo: en el libro habla la lengua de sus ancestros, el español del colonizado y la del pueblo boliviano con que afrontara a su diezmador.

El estilo de su escritura obedece al castellano peninsular, pero rinde tributo al fablar mestizo mientras ocurre el envalentonamiento insurgente por calles y campos. Cuanto declara Juan de la Rosa en su recuento memorioso se lo cede a su tío, a Juan Justo, como que él sólo dice la lengua de la caserna o susurrante como la del amor que siente por aquella muchacha de Caracato.

De esta suerte, fray Juan Justo copia la existencia del sobrino, no nada más la del pormenor de la rabia rebelde y de su precio purpúreo mas también hasta el mismo modo de vestir de su amada o el recado de cereales que ya hubiera degustado Neruda en su Canto General, como que el nacionalismo que profesara  Nataniel Aguirre fuera, con pareja puntualidad, recuento  de  sabores y delicias regionales, los cuales dan cuentan del cotejo de sangre y alma indistinto que nos espera a cada vuelta de página.

La novela, con igual insistencia, atiende a la  lastimadura transfigurada en heroicidad del combate liberador, del que quiso apropiarse España en la batalla de Ayacucho al nombrar “Cochabamba” a uno de sus batallones, por quererse así apropiar de la ira con que los bolivianos de aquella región la enfrentaron desde el ojo del fusil de estaño y del cuchillo y la furia de los dioses quechuas.

Al tiempo que su trama refiere los pormenores de un niño huérfano desde la rebelión del 14 de septiembre de 1810  hasta el dolor con que Cochabamba y su aledaño enfrentara  a los realistas en 1812 y más luego, hasta 1884 (Aguirre muere en 1888), posteriores lecturas soportan la intrusión de ciertos averiguadores  de manuscritos y bocetos quienes juran haber encontrado los borradores de la segunda edición de la novela, pero es fama que ella, con su autor, vive  la perpetuidad de lo auténtico, la de la celebrada lectura de un combate nacional anticolonialista que hoy se enfrenta a sus nuevos asoladores, como ayer lo hiciera con su corazón de Cochabamba.

 

Luis Alberto Crespo

 

 

 

 

 

 

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