Sandino: La libertad bajo un sombrero

Entre dos mares vive Nicaragua, tierra estrecha que rocían dos orillas, la del Atlántico y la del Pacífico, con el monte y la montaña de por medio. Las guerras civiles y las mariposas han hecho de su historia una alianza triste y suntuosa. Por allí, entre la maleza y el suelo caído, crecieron pueblos como León (que ahora se llama Rubén Darío, la deidad nacional), Granada o Managua, con flores muchas para adornar el cuerpo de sus héroes y sus canallas. Por sus soledades verdes transcurre el río San Juan y se aquieta el lago Xolotlán  frente a la desfiguración de la modernidad que insiste en guardar el portón, la celosía y el campanario del otrora ocupante español.

La tierra tiembla, no tarda en hacerlo. Hace un rato que dejó de ser del indio y de sus hijos mestizos porque el terrófago, el amo de sus distancias, la hizo suya, cedidas o arrebatas por sus ancestros de la Colonia y porque sí, como dice el dinero. Los dueños de la geografía reclamaron aún, asimismo, la propiedad de todo lo viviente. De ellos es el añil, el cacao, el grano del café y la bosta del ganado y el jornalero, el peón y hasta su mujer. De su rancia genealogía y de las arcas  de la abultada pecunia provienen el caudillo, el magistrado, el mílite y el señor Presidente. En la sacristía, en la curia, se cría el  presbítero, también  pariente y próximo del ganadero, muy amigo del cuartel  y de sus charreteras. Creen en Dios y en la Doctrina Monroe y aman a los norteamericanos, a los yanquis, con incontenido fervor, más si es un míster de la Compañía, la trasnacional o animal de la Casa Blanca y de los Marines de West Point. El idioma nacional es traducción al caletre del de Manhattan y su escritura es la de los tratados de compraventa de baldíos y propiedades o de cualquier parapeto jurídico de rebatiña vecinal. El enriquecimiento da asco. En los puertos agobia la importación made in usa. La United Fruit tiene palacios donde se merca el plátano y las almas  El boato se pasea ostentoso en carrozas o en atavíos de varia indumentaria de fino trapo y dorado adorno. El hambre es típica, es folclórica.

Entonces llegó Augusto César Sandino. Vino del monte, de Niquinohondo, departamento de Masaya, la casa del colibrí y del jaguar. Su sangre era rabiosa como la de sus tatarabuelos desnudos y emplumados. Ahí llega, bajo su sombrero, tan ancho como la plaza de Pisigüilito maya-quiché de Miguel Ángel Asturias y sus Hombres de maíz. Lo siguen campesinos, armados de trabucos, escopetas catarrosas, machetes con hambre de nuca y cuchillos en busca de puyar duro y bastante. Huelen a cafetal, a matorral, a barro y mediodía. Es gente de hojarasca y chubasco, los pies de arriero y de labriego. De baja estatura es el hombre que llega con ellos la historia doliente de Nicaragua gritando “Libertad o  muerte”, bajo  una bandera púrpura y oscura. No son muchos, por ahora, un puñado de ellos, pero ya se sumarán los otros, la Nicaragua humillada e injuriada. En el cerro El Común, en Linotega, en El Chipote, ha encendido el vivac. Sabe a quién van a enfrenar para vengar una antigua ignominia. Son gente rubia del Norte, un hormiguero con mirada de metralla y de winchester. Arriba, en el cielo del pájaro quetzal, revolotean sus aviones. Saben eso. Sandino, el general de botas de escaramuza y de emboscada que ofrecía a los suyos el talante del ataque sorpresivo, la falsa huida de la maña guerrillera. Fue su maestro en el arte de atisbar entre las espigas y el musgo y de irrumpir con arrebato como el zorro y la serpiente. De nada  sirvió que la soldaezca gringa abatiera a los labriegos  de Ocotal. Iban tras “el ejército loco” de Sandino. Con él andaba el indio Pedro Altamirano. Todos  vivían invisibles entre los carrascales y arcabucos y se precipitaron sobre el enemigo. Los marines sucumbieron en los pantanos y los espinares. La plaga, los bichos de colmillo y veneno se aliaron a los sandinistas. Zapotillo sería el cadalso de los gringos. A esa hora, el pequeño ejército del general del sombrero de gavilán  había crecido: dejó de ser rural, creció como Nicaragua.

Sandino dejó de ser Sandino, se parecía a un mito, a un hombre de bronce en la plaza de la nación. El año  1933 llegó en cada arrojo, cada rabia, cada herida y cada sangre derramada. Huyeron los soldados rubios. Había triunfado Sandino, su pequeño  gran ejército.

Nicaragua rindió tributo a su sacrificio.

Pero los griegos no quisieron que olvidáramos el hado, la fatalidad, de que eran sus creadores. La canalla civil de Somoza mandó a buscar a Sandino por uno de sus secuaces. Se sirvió del aire de la constitucionalidad que prometía el ungido Presidente de la recién nacida república para asesinarlo. Dijo que trajeran su cuerpo mientras asistía a un recital de poesía mientras suspiraba por Rubén Darío. No tardaría Somoza en caer bajo las balas de otro poeta, menos sensible a las princesas y el armiño y el oro y la malaquita darianos que al mártir del sombrero de cernícalo que hoy es la estatua del pueblo en todos los corazones de Nicaragua libre.

Luis Alberto Crespo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Leer en formato ePUB es muy sencillo. Se adapta a cualquier tamaño de pantalla y puedes elegir el formato que más te guste. Solo tienes que encontrar una aplicación que se ajuste a tus necesidades. Te recomendamos algunas.

Sumatra PDF es una herramienta versatil, liviana y libre que permite la visualización de ePUB y PDF.

FBreader es un lector multiplataforma con muchísimas opciones para personalizar las lecturas sin importar el sistema operativo que manejes.

Calibre es la opción para usurios avanzados que quieren sacarle todas las posibilidades a sus libros electrónicos.