No es imposible suponer, como lo hiciera Arturo Uslar Pietri al evocar a Andrés Bello el caraqueño, cómo era la ciudad, la misma de Bolívar, “asomada al valle, el espacio verde de los plantíos, barbechos, colinas y torreones de trapiche… Por el abra, tras la barrera de la montaña, el valle desembocaba, como un río de luz sosegada, en el mar. El ancho mar americano salpicado de islas de herejes y contrabandistas”. Iglesias, capillas se elevaban sobre las calles empedradas y el auge del cacao enriquecía sobremanera a la clase mantuana, a los blancos criollos y a los blancos peninsulares.
La paz solariega de la recoleta ciudad que apenas interrumpía el rumor de sus cuatro riachuelos, el perezoso curso del Guaire y los trinos de la pajarería fue sorprendida por un rumor humano por entonces desconocido: era 19 de abril de 1810. Los señores de la tierra y de los esclavos negros en las esquinas y en los corredores de escudo nobiliario habíanse congregado para preparar una conjura contra el reinado de Carlos IV.
De allende los mares, por boca de viajeros y disimulada en el vientre de buque de alguna hoja de escritura pública, se propagaba la invasión a España de José Bonaparte obligando al rey y a su hijo Fernando a abdicar y en Aranjuez había estallado un motín. Dicen el cuchicheo soterrado y la bulla callejera que el pueblo caraqueño arrastraba por los empedrados las imágenes de Carlos y Fernando.
Hartos de sufrir la hegemonía comercial de la Guipuzcoana, la vasta empresa de la Corona que imponía a su capricho los precios de los productos de la siembra, de que se burlaba tras el escondite de los ríos y las bocas de caño las orcas holandesas para ofrecer holgados precios, los mantuanos que decimos en su continuo cabildeo estimaron oportuna inventar el vacío de poder propiciado por pretexto, desconocer el nuevo régimen declarándose fieles súbitos de la realeza destronada.
Pronto, aquella pícara determinación ganó a los llamados blancos criollos y criollos peninsulares y al populacho. Reunieronse los señores en conciliábulo para perfeccionar la intentona de propagar la especie de querer independizarse del nuevo régimen aduciendo esta fementida obediencia a la Corona. La historia llamaría a esa insurrección la conjura de los godos, la cual viose respaldada por el común, tanto en Caracas como en el vecindario vecino de la Capitanía o Factoría de Venezuela.
Aún persistía en la memoria de los venezolanos el de plantar en sus arenas falconianas la bandera de la soberanía nacional y el horror del ajusticiamiento de José María España y de su descuartizamiento, echada por tierra su proyecto de nuevo orden político que imaginara con su compañero Manuel donde reinara la libertad y la justicia.
Un año más tarde, el 5 de julio, la Junta de gobierno habrá de firmar el acta de la independencia y la creación de la Primera República. Aquella fecha del 5 de julio y esta del 19 de abril, han de entenderse como un mismo y sólo momento libertario. Bolívar, Pedro Gual y Andrés Bello irían en comisión a Inglaterra a solicitar, sin éxito alguno, el reconocimiento a la revolución y Miranda, quien ha recibido a los viajeros, habría de preparar su ansiado regreso a Venezuela a prestar su vivencia de general de la revolución francesa y de Pensacola de Florida.
Antes, entonces, el 19 de abril, como quiere el ananké de los griegos, el destino, el hado, encarnaba el 5 de julio: aquél sería la voluntad de independizarse del imperio español, éste la firma del acta de esa voluntad con la creación de la Primera República y sus siete provincias. Ya sabemos de la herida que sufriera aquella Venezuela engañada por el armisticio, la muerte de la Primera República. Bolívar no era aún Bolívar. El designio para el que fuera señalado no tardaría en avivar su frenesí cuando escriba su Manifiesto de Cartagena allá en su destierro y realizara la hazaña de la Campaña Admirable, su discurso en el Congreso de Angostura, su proeza bélica bajo el peso por la ventisca, el viacrucis gélido del pico de Pisba, la liberación de Santa Fé de Bogotá y la creación de la Gran Colombia, esto es la creación de un solo país desde Venezuela hasta Bolivia.
Hoy, aquellos dos momentos de la historia nuestra emancipación vuelve a unirse con la creación de la Quinta República, la de Bolívar, que fundara un soldado, un oficial de sus tropas, Hugo Rafael Chávez Fría. Trata del rescate de un sueño interrumpido por la pesadilla de 1830, el de la muerte de su capitán nerudiano y de la Gran Colombia, su sueño sobrehumano. Ahora esos países que Bolívar añorara enlazados buscan ajustar el lazo de la hermandad y la soberanía. Hoy y siempre será el 19 de abril y 5 de julio en nuestros espíritus.
Luis Alberto Crespo