“Un hombre solitario no puede hacer máquinas ni fijar visiones, salvo en la forma trunca de escribirlas o dibujarlas […]” Esto escribió Bioy Casares en su novela quizás más célebre: La invención de Morel (1940). Más adelante, añade: “Para mí ha de ser imposible descubrir algo mirando las máquinas herméticas[…]”. Podríamos considerar estas palabras la anatomía de la propia obra narrativa de quien fuera, junto a Borges y Cortázar, uno de los narradores más célebres en Argentina, América Latina y el mundo. Nacido en la ciudad de Buenos Aires un 15 de septiembre de 1914, hijo de padres cultos y profesionales, Bioy viaja a menudo y desde muy joven, con su familia, a Europa y América, sembrando en el adolescente una pasión por el viaje y la fantasía literaria que permanecerá durante toda la vida, convirtiéndolo en una suerte de aventurero inmóvil, pues el centro de gravedad será siempre la Argentina y su ciudad natal.
La escritura de Bioy Casares puede ser hermética en el sentido en que deja perplejo al lector. Cultivó desde muy temprano la afición por la imaginación y escritura de ambientes extraños e irreales. Pero su lenguaje será directo, casi realista u objetivo en un sentido que a menudo lo aproxima a la novela negra, de suspenso e investigación policial, a informes y diarios. Es en 1940, con la publicación de La invención de Morel, que el joven narrador de 26 años impactará a los lectores de su país, principalmente a los intelectuales de la revista Sur, entre ellos a Borges y Silvina Ocampo con quien contrae matrimonio. Breve, ágil, rápida como una película –quizás resultado de los varios guiones de cine que escribió– Bioy Casares nos narra los últimos siete días de un héroe fatigado, perseguido y fracasado. La novela será una mezcla de imágenes oníricas y reales, confundidas intencionalmente por el narrador, como correspondería a la máquina inventada por Morel: una fotografía donde viviríamos eterna pero disgregadamente, sin poder formar una unidad, una totalidad, pues las imágenes virtuales sólo son fragmentos de nuestras vidas. Así, la “invención de Morel” será la metáfora de un presente hecho de nuestro pasado disgregado, pero como sin memoria ni subjetivismos.
Posteriormente el autor publicará, en colaboración con Borges, varias de algunas de las obras más memorables de nuestro continente. Además de las Crónicas de Isidro Parodi, firmadas con el seudónimo de Bustos Domecq, editarán Antología de la Literatura fantástica y varias traducciones y antologías literarias notables.
Entre los numerosos premios recibidos, se encuentran el Alfonso Reyes en 1990 y el Cervantes, máximo galardón literario en lengua española, en el mismo año.
A la edad de 85 años, Bioy Casares, viajero inmóvil, gran narrador, editor, traductor, fallece en 1999 en su ciudad natal.
Jorge Romero León