Andrés Bello, el Libertador

De Mercedes a Luneta, una de las calles altas de Caracas, a la sombra de un convento mercedario, un joven pálido, de ojos azules, los labios nunca abiertos a la francachela y el cuerpo sedentario de los meditabundos, agota hasta muy tarde el destello del candelabro, asiduo confidente de lecturas y de poesía con acento y fablar horaciano y virgiliano.

Había nacido de padre organista, autor casi anónimo de una misa, regente de una distribuidora de cacao en Cumaná, y de una madre como las de la Caracas de cuarenta y cuatro mil habitantes, el recato y las prohibiciones impuestas a toda mujer de virtudes y rezos, de oficio doméstico, hija de un pintor de santos y escasas alcobas de mucho nombramiento: Juan Pedro López.

El chico, desdeña elevar los pájaros de papel de las cometas, el chapoteo en las aguas del Anauco vecino, la juerga adolescente en las inmediaciones del Ávila. Acaso entre sus escasas salidas más allá del portón fueran las lecciones de latín y de la literatura, allí, al otro lado de la acera, donde lo esperaba su maestro, el padre Quesada. Prolongaría sus morosos pasos hasta la huerta de la madre en Los Mariches y la frustrada caminata con Humboldt a la Silla de Caracas, de la que lo obligara a desertar su frágil constitución; también su travesía por mar a Cumaná, al encuentro de su padre y del aroma del cacao en su urna de coral donde cuajaba la almendra de su futura Silva a la agricultura de la zona tórrida

El libro, la traducción y los propios esbozos poéticos, como su Oda al Anauco, constituirían su pasatiempo primordial; y no cualquiera: la lectura y versiones de los clásicos del siglo de oro y los autores latinos, a los que frecuentara en latín original, como Horacio, como Virgilio.

Cierta vez, sorprendería a su profesor y a los alumnos cuando tradujera, casi de memoria, versos del poeta de La Eneida y los contertulios en las tertulias de los Uztáriz. Pero como quiera que el tiempo apura en esta nota para detenernos en dar minucia de las confidencias biográficas, que son muchas y bastante en la bisoña vida del joven Andrés Bello, la Historia lo quiere pronto profesor, por poco tiempo,  de un muchacho distraído y de temperamento febril, casi de su misma edad, como era el hijo de los Bolívar Palacios.

Ya se verán ambos más tarde: Bello, redactor y vigía de La Gaceta de Caracas y Bolívar, teniente de Milicias de blancos aragüeños. Es 1810. Un navío boga hacia Londres. Bolívar y Bello y un tercer pasajero, Luís López Méndez, llevan una grave y delicada encomienda. Ya la sabemos: solicitar ante el gobierno inglés el reconocimiento de un ansia: la Junta de los mantuanos de Caracas espera de las autoridades del reino británico respaldar la voluntad de los venezolanos de liberarse de la Corona española. Los enviados de Roscio tocan a la puerta de la casa del General Miranda. No hay venezolano que no conozca sus consecuencias, pero menos de la tardanza de Andrés Bello en Londres a la cabeza de la Delegación durante diecinueve años sin regresar nunca a su país. Cultísimo, políglota, holgado conocedor del idioma inglés, son los títulos que lo privilegian como representante diplomático de una República aún por nacer.

Pero no hay dinero para paliar su estadía. La pobreza lo visita. Ha de enfrentarla impartiendo clases particulares. Conoce el deterioro físico escorbuto y la presencia de la muerte: la de su esposa y de muchos de sus hijos. Mientras Venezuela se bate en los campos de batalla Andrés Bello sobrevive a duras penas. Frecuenta tertulias de los políticos exiliados y letrados errabundos. Publica dos revistas-libros: El Repertorio Americano y La biblioteca Americana. En esas páginas comenzará su eternidad: da a conocer no sólo la identidad americana: también dos largos poemas, dos silvas de obediencia neoclásica: en una de ellas invita a poesía de la culta Europa a saber de Bolívar y de su guerra de liberación continental; en la otra celebra la ubérrima zona tórrida americana, al fin libre, regada por los truenos y la sangre de los guerreros de Bolívar y Sucre. Sus nuevos héroes son ahora el maíz, el cacao, el añil,  el banano, la papa, la piña. Aquel es un poema político-heroico: lo titula la Alocución a la poesía; este, trata de un poema geográfico: La agricultura a la zona tórrida. Los dos dirán la nostalgia de Bello por la patria que dejara tan largamente, su sentimiento por el ideario bolivariano y la añoranza de un paisaje que, como el ser que en él habita, ofrece el cultivo y los frutos a la recién rescatada soberanía.

Entretanto, el austero y quieto caraqueño espera algún día su regreso entre el hambre y el luto. Antes de morir (un cuadro de Caracas luce en la pared de su habitación), escribirá al borde de las lágrimas sus suspiros por la ciudad y el dolor por su madre muerta.

Bolívar preguntará por su antiguo profesor, coterráneo y compañero de aquella misión londinense:

“Me indica usted-le escribe a Fernández Madrid en abril de 1829-la miserable situación pecuniaria de esa Legación (la de Londres), que obliga al amigo y digno Bello a salir de ella a fuerza de hambre. Yo no sé cómo es esto. Últimamente se le ha mandado tres mil pesos a Bello para que pase a Francia; y yo ruego a usted encarecidamente que no deje perder a ese ilustrado amigo en el país de la anarquía (Chile). Persuada usted a Bello que lo menos malo que tiene la América es Colombia, y que si quiere ser empleado en este país que lo diga y se le dará un buen destino. Yo conozco la superioridad de este caraqueño contemporáneo mío: fue mi maestro cuando teníamos la misma edad, y yo lo amaba con respeto. Su esquivez nos ha tenido separados en cierto modo y, por lo mismo, deseo reconciliarme: es decir, ganarlo para Colombia”.

La cita es de Alfonso Rumazo González en una página de su admirable biografía sobre Simón Rodríguez, editada por la Biblioteca Ayacucho.

“¡El dinero y la carta de Bolívar llegaron a Londres cuando Bello había partido!”, anota Rumazo González.

He ahí el destino del empobrecido de bolsillo y enriquecido de erudición y poesía rumbo a Chile. Allí es recibido al principio, no con mucho contentamiento, antes de serle indispensable a los chilenos en la formación de la República y convertirse en la figura más relevante en la educación, la cultura, las leyes y el debate banderizo.

Chile será, así, desde su llegada en 1829, el solio de su cátedra, su largo y legendario rectorado, el articulado del Código Civil, la poesía, la filosofía del entendimiento, la historiografía, la lingüística, la égida y la rúbrica de El araucano, el principal periódico del país. Avisa nuestro musicólogo y creador Rafael Salazar que desde sus páginas Bello dio a conocer los romances y los rituales ancestrales de los soldados de Bolívar.

Pero su obra de mayor relieve, junto con las Silvas y de tan marcado espíritu bolivariano, sería La Gramática Castellana para uso de los Americanos; en otras palabras el ordenamiento regional de nuestro de decir y escribir y nuestra particular manera de  pensar y sentir el castellano  de nuestra región, hasta ese momento autorizada por la gramática que Nebrija, su creador, redactara con espíritu colonialista para complacencia de su Rey: Su Majestad, tres son las maneras de conquistar las nuevas tierras: la cruz, la espada y la palabra, habría dicho.

La Biblioteca Ayacucho ha incorporado la Obra Literaria de Andrés Bello en la colección de los clásicos (tomo 50), con prefacio de Pedro Grases y cronología de Oscar Sambrano Urdaneta.

Con razón, el memorable pensador dominicano Pedro Enriquez Ureña afirmó que Bolívar fue el libertador político de América y Andrés Bello su libertador intelectual. El mexicano del mundo Alfonzo Reyes legitima ese título con creces: “Para Bello pensar y escribir fue una forma del bien social y la belleza como una manera de educación para el pueblo…”

 

Luis Alberto Crespo

 

 

 

Leer en formato ePUB es muy sencillo. Se adapta a cualquier tamaño de pantalla y puedes elegir el formato que más te guste. Solo tienes que encontrar una aplicación que se ajuste a tus necesidades. Te recomendamos algunas.

Sumatra PDF es una herramienta versatil, liviana y libre que permite la visualización de ePUB y PDF.

FBreader es un lector multiplataforma con muchísimas opciones para personalizar las lecturas sin importar el sistema operativo que manejes.

Calibre es la opción para usurios avanzados que quieren sacarle todas las posibilidades a sus libros electrónicos.