Biblioteca Ayacucho cincuenta años de eternidad

José Ramón Medina, poeta y servidor de toda causa civilizadora del humanismo, y Ángel Rama, la inteligencia y la universidad perseguida por los sátrapas del sur, determinaron inventar un 10 de septiembre de 1974 la lectura de un libro común y múltiple que colmara los estantes de una biblioteca que reuniera la obra del pensamiento y el imaginario latinoamericano como nunca antes país alguno de nuestra región hubiese sido hacedor de una institución con semejante alcance en la cual se ahondara la huella dejada por aquella audaz iniciativa de Rufino Blanco Fombona, en el tiempo de los veinte frecuentado por la oscuridad de los caudillos de caserna, perseguidores de la sensibilidad y la meditación literaria, propuso, desde su exilio europeo, bautizar la difusión de la sabiduría intelectual de las firmas de la escritura castellana del continente, una biblioteca que llevara el nombre de la hazaña bélica bolivariana, propiciadora de nuestra independencia.

Originarla de nuevo prolongando un objetivo más vario y con largueza en la preservación de la idea y sentimiento movería la voluntad del venezolano y el uruguayo que decimos, a la que se sumarían los hombres de las letras de Venezuela y de las naciones vecinas. Entonces se dio pertinencia a una editorial en la que concurriera el quehacer literario ilímite, cuya primera y única virtud fuera la de propagar la universalidad regional de nuestra América, la patria de Bolívar y Martí, vale decir descolonizadora, esto es, animada por los sagrados postulados de lo permisivo para contentamiento de la utopía humana de la democracia de la razón y el ensueño.

A poco de haber nacido, la Biblioteca Ayacucho postuló su canon genésico: ofrecer sus estantes a toda creación escrita en la geografía de Sudamérica y el Caribe que diera prioridad a las bondades universales de sus excelencias de género y estilo, suficientemente largas para aceptar en su razón de ser a quienes rinden obediencia a distinta iglesia ideológica, donde Pablo Neruda y Jorge Luis Borges estrecharan el vecindario de sus fantasías.

Desde el Sur argentino y chileno hasta los límites mexicanos, las delgadas tierras de Centro América y la insularidad caribeña, la Biblioteca Ayacucho, sus fundadores y el conjunto de figuras que poblaron y pueblan sus representaciones ejecutivas, han probado desvelo mucho y bastante porque no desmayen los fines difusores del arte y el logo literario que colman la colección de los Clásicos y sus distintas colecciones filiales.

Su devenir ha sorteado indistintos accidentes, los mismos por los que atraviesa el historial de nuestros pueblos en su ilusión por cumplir obediencia con los reclamos del humanismo en su defensa por los sagrados valores del pensamiento y el sentimiento.

El encuentro con la oscuridad y con la luz ha sido interioridad y desmesura en las páginas de la Biblioteca Ayacucho, la cual se apresta hoy a cumplir el venidero año medio siglo de eternidad.

 

Luis Alberto Crespo

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