Del pintor que fue César Rengifo perdura el renombre de un mural sobre el dios Amalivaca, el creador del hombre, fruto de la siembra de una palma, en los muros del Centro Simón Bolívar caraqueño, y el del cuadro La flor del hijo en la Galería Nacional. Su vasta obra pictórica abunda en las colecciones públicas y privadas del país y más allá, pero no es inane afirmar que ellas dos bastan para eternizar su nombramiento entre los artistas nacionales que cultivaron la obra plástica de una tierra aterida y sola, el horizonte vencido por la sequedad y el desalojo, el árbol famélico a cuya escasa sombra se cobija frente a la vastedad de un suelo agrietado como las manos de quien escarba inútilmente en su víscera de imposible o escaso tubérculo, muestra la marca del hierro de la esclavitud con sus nuevas lastimaduras y la herencia del abuelo indio reducido a animalidad.
Pintor del asunto social, marcó el devenir artístico que lo distingue entre los creadores del realismo plástico que se dieron a trazar sobre la tela y la porcelana, el domicilio de polvo y sed donde mora el labriego expoliado, el campesino sin sementera, el habitante del rancho de lata y cartón, compañero del perro flaco y de la mujer abrazada al hijo casi ilusorio de tan frágil, tan ojeroso.
Pintura de protesta esta y de ternura airada, siempre bajo una luz desvanecida, a lo sumo cejijunta, presagiosa, en tanto progresa en su entorno el latifundio insaciable y el barrio asido a los barrancos mientras la ciudad levanta torres y mansiones en toda Venezuela.
Lejos se hallaba César Rengifo de obedecer a la modernidad sin rostro ni humanismo de la vanguardia abstracta que abundaba en los días de su mocedad y prefirió mantenerse fiel a sus maneras de pintor realista y a su sensibilidad social y política. Sus creaciones narraban la tristeza y el azoro de los humillados y ofendidos.
Hacia tal demanda enderezó su idea fija.
Otro César Rengifo convivía con el artista, bien que casi oculto (largo rato de su existencia transcurrió bajo nuestras dictaduras y el predominio de un gusto de una dramaturgia más literaria, menos realista o de color local ganaba a sus seguidores) y hubo de esperar entonces el momento en que su otro yo se ofreciera con largueza: el del dramaturgo. Su muerte, tan temprano, le negó el tiempo de conocer la celebración de sus dones en el drama, las cantatas, las comedias y sobremanera la del tema histórico y político. He aquí algunas de sus piezas memorables, Esa espiga sembrada en Carabobo; los hombres de los Cantos amargos; Buenaventura Chatarra; El vendaval amarillo; Estrellas sobre el crepúsculo; La fiesta de los moribundos; no pocas de ellas dirigidas por sí mismo. ¿Cómo olvidar, entre ese acopio de piezas, la trilogía Lo que dejó la tempestad donde escenifica la Guerra Federal, o bien Oscéneba, el drama en tres actos y seis cuadros sobre la saña y la barbarie que sufrieron nuestros pueblos originarios durante la Conquista y la Colonia en la Cubagua del desangramiento de las perlas?
El alcance de su solidaridad con los pueblos de América en la lucha por sus soberanías se muestra en la pieza ofrecida a Chile, Volcanes sobre el Mapocho.
Llamas sobre el llanto se titula la selección de su obra incorporada por la Biblioteca Ayacucho a la Colección Clásica.
“Su producción -observa en el prólogo Orlando Rodríguez B.- abarca toda nuestra historia”.
“¿Qué es un artista? le preguntamos con el prologuista. Alguna vez respondió: ‘Un artista no es un ser distinto de los demás. Cumple para la colectividad un oficio de categoría superior’”.
En él, en César Rengifo, dase el del pintor, el dramaturgo, el luchador social, el del fervor por una humanidad algún día redimida.
Luis Alberto Crespo