De aquel muchacho vendedor de dulcerías por las calles de un villorrio barinés; de aquel capitán sin nombre en la plaza de Elorza cuando evocara frente a los indios, los llaneros de a pie y de a caballo a su ancestro Maisanta, el último hombre a caballo, el guerrillero antigomecista; de aquel soldado lector y asiduo de la eternidad de Bolívar que quiso unir al venezolano civil y el venezolano uniformado y anduvo con un pueblo entero en sus pasos y en su pecho, como quería El Libertador, inventando un sueño donde todo, con él y su vehemencia, con él y Venezuela entera, fundaron una revolución humanista, la canalla de la traición y el oscurantismo logró hacerse, sucia de odio y de barbarie, con aquella amorosa inteligencia de un pueblo y de un justiciero cuya pasión bolivariana avivara y restituyera un destino de virtudes interiores y existenciales, largo tiempo burlado por la injusticia, el engaño de las leyes de la igualdad y del gozo al derecho de pertenecerse a sí mismo como nación abrazada a su conciencia histórica que desconociera, una y muchas veces, por una gobernanza de compra y venta de mílites y duchos del cohecho electoral, esos, la de la bandera pisoteada, la promesa del ensueño y la ilusión del vivir sin segregación alguna devueltas como esputo a la cara del inocente y el puro, usando el retrato y el nombre del Libertador a modo de señuelo de juramentos hueros, la verba del beneficio banderizo, el remiendo del sagrado texto de las constituciones.
¿A qué memorizar ahora aquella tristura y pronto lágrima viva que abrumaron a la Venezuela de la nación de Bolívar y de Hugo Chávez durante los malhados días abrileños del 11 y el 13?; ¿a qué airar de nuevo el grito y la sangre de los venezolanos que padecieron el martirio que le infligiera la antipatria? Lo que acaeciera, tras lese apocalipsis, provino -¿cómo olvidarlo?- del cielo de una madrugada cuando Venezuela divisó en el amanecer de su ser colectivo y de su historia la figura de quien había sido ofendido y humillado en su voluntad justiciera.
Aquel reclamo clamoroso, aquella nación armada con armas de cocina y maderos de pastor todavía escribe ese día con sus voces y sus ojos indignados el regreso de un devenir histórico, suscrito por el fervor, el fervor afectivo y heroico al legado del caraqueño del Discurso de Angostura y del combate de Carabobo cuya preterición vengara el otrora vendedor de dulzuras, el capitán de Elorza, el de Bolívar en la sien y en el desvelo revolucionario, el de su perennidad y el de la nación que con el Presidente Nicolás Maduro lo sigue hoy y para siempre.
Luis Alberto Crespo