No le digas que fue de los tiempos de Macedonio Fernández y de Ricardo Rojas porque interrumpiría la soledad de su perpetuidad; ni tampoco y ni siquiera la de aquel fantaseador de toda escritura reescrita en anglosajón y demás alejamientos geográficos y de regionalismos que fuera Borges, porque le prohibiríamos su pampa, su chambergo y el peón que vive por sus manos y de la explotación en Buenos Aires porteño. Mucho menos resultaría acusarlo de oligarca y asiduo de los salones de Palermo Chico: Manuel Ugarte es un raro de la animalancia intelectual y política de su tierra y un incómodo de la sociedad petulante de los mentideros europeizantes de los rastacueros de Rivadavia y Corrientes, el hipódromo y los solares del polo. Pero si perteneció a esa Argentina, aún sin la llegada del Mesías del tango y el bandoneón de Troilo (eran los años de fin del XIX y comienzos del veinte) se mantuvo, eso sí, muy distante de esa Argentina que se negaba a pertenecer a América Latina y juraba su fervor por París, por Trafalgar y hablaba con acento galo y de foreing office.
¿Cómo hizo para ser él? ¿Dónde avivó su idealismo socialista entre los suyos, empresarios no sólo de las Estancias y la exportación de la carne de bovino, mas también de toda petulancia que los distanciara del resto del Continente? ¿Perteneció en verdad a aquella empingorotada generación literaria de los 900? Fue tragalibros tempranero, con títulos de refinada escuela, su regusto a inglés y a francés, el paño fino del vestido, etc.
¿Qué insensatez ideológica desveló en él su esmero por alimentar su pensamiento y su comportamiento con el antiimperialismo y las principios socialistas. Buenos Aires, la de los amos de la tierra y de la vida y la de los pulcrísimos letrados de lo bello, le dedicarían sus animadversiones ante esa voluntad suya de pensar y ejercer el socialismo y el antiimperialismo. Si se iba a Europa era para aprender in situ los sermones políticos de Jean Jaurès y las añoranzas de la Comuna de 1871. Harto debió holgar en su frecuentación de las teorías socialistas y la rememoración de los incendios del pueblo iracundo a la Alcaldía parisiense. Abjuró de la conjura de Marx contra Bolívar y le objetó su desconocimiento de su desmesura revolucionaria. Acaso de ese entonces ya fuera fervoroso seguidor del héroe guerrero y pensador caraqueño, tal vez enfebrecido por los recados que de la doctrina y la utopía unificadora de pueblos de El Libertador le cedía su cercanísimo amigo Rufino Blanco Fombona.
Desde entonces no cejó en su pasión socialista y la imaginó -como Bolívar- soñarla revivida junto a Martí entre las naciones latinoamericanas, desde el Río Grande hasta Antofagasta. Atento a la visión del creador de la Gran Colombia, se hizo eco de su acusación a los Estados Unidos de Norte América en el Congreso Anfictiónico de 1824. Provoca oírlo. Escuchémoslo:
“Los Estados Unidos continuarán siendo el único y verdadero peligro que amenaza a las repúblicas latinoamericanas y a medida que los años pasen iremos sintiendo más y más su realidad y su fatalismo. Dentro de veinte años, ninguna nación europea podrá oponerse al empuje de esa enorme confederación fuerte, emprendedora y brutal…”
Visionario, Ugarte dio aviso, de esta guisa, del destino que lastimarían a estas regiones con la colonización capitalista del imperio del Norte y de los regímenes de Europa que le rinden vasallaje. Huelga decir cuánta pasión sintió por la Revolución Mexicana y por Sandino y cuántas veces insistió en idear una Patria Grande -como la Gran Colombia bolivariana- que abarcara el Continente entero. No le alcanzaría la vida (murió en 1951) para festejar el destino de la Revolución Cubana, la de Nicaragua, la de Bolivia y la del chavismo.
No más regresó de Europa donde lo conminara el exilio -dice su biografía- se inscribió en el partido socialista argentino, pero no por mucho rato, cuando se hastiara de los burócratas de su régimen liberal y populista. Siguió siendo él, solo él, íntegro, indesmayable antiimperialista, con horror por los yanquis y sus comisarios. Allá en su patria, ha regresado el fascismo y sumamente, como decir su segunda tumba, pero jamás la esperanza de su regreso, el de su socialismo bolivariano.
Luis Alberto Crespo