Carlos Vaz Ferreira: Aquel tiempo de los hombres quietos

Mientras el siglo XIX moría Montevideo sufría el azote del ensombrecimiento: el dictador militar y civil, la oligarquía asoladora, el señor feudal, el sátrapa blanco y colorado y la iglesia inmiscuyéndose en todo, hasta en las componendas de gabinete. De ese país (la cuna del Conde de Lautréamont en esos días del XIX, por favor) fue un educador de clase secundaria, a más de filósofo para sesudos y se guardaba de las arengas colectivas y las persecuciones banderizas. El epíteto de intelectual le iba a su medida, pues que satisfacía rodas las exigencias para merecerlo. Se  tenía pálido tras su escritorio o mesa de labor y delante de la realidad cambiante y controvertida de su patria.

Fue, entonces,  a más y sobretodo, docente, no lo olvidemos, pero también artista, científico. Esas conferencias suyas significaron, explicaron su vida, dicen sus biógrafos. El ejercicio de la razón lo abrevó en Nietzsche, en Bergson y hasta en Walt Whitman. Gustaba tratar con sus discípulos esos asuntos académicos, algunos tan inquietantes como los de la muerte y suspicaces como los de la religión y tan angustiosos como los de la física de Einstein. Sus conferencias buscaban servir de paliativo al desasosiego social y espiritual de los uruguayos. Defendía en ellos a la Democracia y afrentaba los totalitarismos. Versaba su verba erudita y amistosa de lo más vario de los caprichos humanos del saber y del sentimiento, como la moral, la tierra, el patriotismo, la paz y la guerra. ¿Habrá oído exclamar a Napoleón: “He aquí la paz; preparémonos para la guerra”?

Estrechó alianzas con la lógica y la emoción, la realidad y el ensueño. Abordó temas difíciles y bizantinos como la irreligión del porvenir; y si hubiera menester su  legado habría de obligarnos a hermanar la meditación filosófica con la religiosidad, la poesía con la ciencia, incorporándolas a su sistema educativo de secundaria y no sólo de él.  También adujo criterios ideológicos insólitos como aquellos de la Lógica Viva que con mucho cuido explica en su obra Lógica viva y Moral para intelectuales.

 Albert  Camus, en irritada sentencia provocadora, sostuvo que “un intelectual es un animal que traiciona fácilmente”. A esa inquietante sentencia escapó largamente Carlos Vaz Ferreira.

Luis Alberto Crespo

 

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