Nunca termina el Orinoco. Nunca es el fin su delta. Allá en Mánamo apenas es su última desmesura. El agua de su enormidad final deja de transcurrir entre el enjambre de caños: forma una leyenda, una lengua interminable de orillas que cuentan su vida de islas, islotes, anegaciones, un decir de nombres que dicen a llamarse de distintas maneras penetrándose y desmandándose en verdores levantados y en encuentros de manglares y selvas acostadas.
Los límites tratan sobre una mentira de distancias que igual nos cercan y nos pierden mientras el ojo intenta en vano hallarle lugar fijo, término. El verdor desmenuzado y el follaje de la rama crean con las costas un país de silencios y murmullos, un remolino y un sosiego que no cesa. Es el estuario de lo grandioso. Las aguas que se juntan desde la serranía de sus primeros goteos el día continuo de su nacimiento y las del recuento monstruoso de sus afluentes últimos (tributarios de indistinta lejanías costeras o en sí mismos, ahogados de profundidad, de transcurso) y el mar que se atraganta de tantos infinitos que borbollan y se silencian y hacen la soledad de los confines donde surgen la casa, el camino de la curiara, lo humano viviente del habitante deltaico, hoy y desde antiguo.
No sabemos por qué, cuando transitamos la lectura de la obra narrativa de Humberto Mata, Orinoco y escritura nos dan a leer una desembocadura que nos invade de distinto modo: es y no es territorio anegadizo, naturaleza, región, provincia geográfica e histórica, anécdota, relato, idioma, voz. Como que nombrar delta a la invención varia de su narrativa, sentimos, lectores o confidentes de su arte, a Humberto Mata, quien nos regala un goce, tan cambiante en sus invenciones, como el pueblo de caños y orillas de donde proviene su referencia originaria de Tucupita, de su origen y de su eternidad.
Grave, la mirada celeste, la pose remansada, la permanente contemplación de algo lejano, el paso tardo de quien estiva un término siempre postergado (porque en la narrativa de su obra, toda conclusión engaña o se posterga, como el río en su última inmensidad), así de conjunta es ella y otra y más aún la excelencia de su cuentística que con frecuente situación o asunto ocurre en sitio fijo y cambiante, de pronto reconocible, a menudo viajero de otros ámbitos, (como aquel Egipto de uno de sus cuentos memorables) por donde se tarda este o aquel personaje, se vislumbra un vivir solitario o común, un recodo solo o un enjambre de vidas, llamase alguien, ella, él, todos o ninguno.
¿Cuál de esas invenciones de su narrativa privilegiar ahora, después de su muerte, si intentáramos individualizar su recuento? Acaso Pie de página, su maestría, su capo laboro del que un día dijimos, mientras glosábamos su novela, que en su transcurso durábamos atrapados dentro de unos pasadizos donde terminábamos por rendirnos a su fascinante sistemas de rutas y oquedades cambiantes, suerte de fabricaciones reales e ilusorias hechas y deshechas por el ingenio del constructor que se placía en hacer y deshacer sus formas de castillo de arena, implicándonos en el levantamiento y desploma de su apariencia. O tal vez en Pieles de leopardo, la anécdota sucinta, el uróboros del final que se encuentra con el comienzo; si no en la ficción de Toro-Toro, de color y el clima deltaico, el ámbito del habitante originario, para detenernos luego en el relato del género negro, policíaco, mejor, el de las resultas de lo terrible que hallamos en Poe o en Agatha Christie. ¿No descubrimos en los relatos de este estilo aquel momento en que la escritora de Oriente Express presenta a uno de los sospechosos de la pesquisa y no dice que “entró con la cabeza echada hacia atrás como en un desafío. La curva de su nariz recordaba una nave surcando valiente un mar embravecido”?
Las invenciones de Humberto Mata se mueven como un viaje desde ninguna parte a ninguna parte, como en un delta de aguas encontradas y confundidas no sólo a modo de la rota de sus caminos muchos, sino también en sus incontables asuntos, como las del río grande que fue la orilla de su nacimiento y su nostalgia, hoy y después, cada vez que hojeamos sus obras que en su recuerdo perviven en el Otro Delta, el conjunto de relatos póstumos que se niegan a olvidarlo.
Luis Alberto Crespo