Chávez: entre la ternura y la iracundia

Si hay un pájaro asiduo de un pueblo venezolano ese es el cristofué con su grito sostenido de guerrero.

Pájaro clamante es, amarillo y sepia, reclamando rebeldía. Allá, en el valle arrugado de Sabaneta de Barinas se le escucha con insistencia.

Justo en este día de una Historia, dicha con hache grande, que ya no acaba nunca, anda un muchacho por la calle del polvo y la resolana difundiendo con su avío sobre la cabeza alborotada de bordón (como se llama en los llanos al niño que despierta a la adolescencia), su recado de dulcerías, juntamiento de delicias que la tradición rural denomina arañas. Allí va pregonando la granjería en su cesta o bandeja tosca.

Barinas, en ese paisaje de cañafístolas, samanes, el penacho de una palmera y el pastizal de la guinea, convive con de sus horizontes a pocas horas del espinazo andino y de las palmas que aún difunden la brisa por donde pasó el general Zamora.

El muchacho que se apresta a nacer a la leyenda y a la eternidad no sabe, no puede saber a qué hora lo espera la gloria. Lo aguarda entretanto la escuela de sus padres  y el lampo o la ceja de monte donde lo reclaman los conmilitones de la pelota de béisbol, cuya pasión anima fragosa sus dones de lanzador, de pitcher.

No; no lo sabe: la gloria le reserva, por ahora, un porvenir imposible que le ha de marcar el entrecejo y más adentro. Es, mientras tanto, uno de los hijos de los Chávez Frías. Es él y su compañero oculto, el desvelo, nomás deje de cumplir el cotidiano menester de heraldo de las arañas,  de llegar a ser   un héroe del béisbol de Sabaneta.

Todavía le queda lejos aquel fervor bolivariano con que habrá de ungirlo el porvenir. No tiene tiempo para eso: su ansiedad es la de lanzar la pelota con astucia y velocidad para lograr el triunfo de sus parciales. Se llama Hugo, Hugo Rafael Chávez Frías, las piernas delgadísimas del ave güirirí y el ojo  zahorí del gavilán tejé.

Un día, revelará a sus padres el secreto de su delirio: ser pelotero.

La historia, así con una hache grande, no mezquina esa confesión: ella es el inicio de su mañana. Los escasos recursos de sus progenitores no pueden calmar el ansia del hijo a quien visita con insistencia un futuro de triunfos en la Gran Carpa del deporte que desvela a tantos jóvenes de la Venezuela del barrio y los descampados.

Lo que registra la memoria del ayer y del siempre pertenece a la fábula: el muchacho que decimos cede a la propuesta de sus padres de irse a la Escuela Militar.

“Allí se juega beisbol”, dicen que le dijeron.

No es imposible suponer que el hado, esa invención de los griegos, interviniera ya en el mañana de Hugo Rafael Chávez Frías y en el primer encuentro con Simón Bolívar en la continua mención de la institución castrense, de sus profesores y la lectura, sobremanera en las páginas donde el Libertador va a Angostura y legaliza  la ideología de la Independencia, navega bien arriba el Orinoco y emprende la insensata travesía del Pisba nevado que separaba a Venezuela del Virreinato de Santa Fe de Bogotá o La Nueva Granada.

La historia calla la anécdota. Ya se encargará el propio predestinado a la perennidad de avivarla, pero uno se atreve a acercarse a las horas de esa frecuentación cotidiana del bisoño cadete a la vida de Simón Bolívar, a su drama de justiciero y al triunfo de sus dificultades en su caballo de guerra y en sus proclamas, asoleado en las vastas intemperies de Venezuela y de América, la suya, la de sus triunfos y derrotas, y la que ofreciera más allá de Angostura, después del enfrentamiento en los campos de batalla y su palabra de estadista y de soñador de soberanías.

Una mañana, por allá lejos, donde queda Elorza y se pierde la frontera con Colombia, escuché hablar al entonces soldado de Sabaneta, subido sobre sí mismo luciendo sus charreteras de Capitán, evocar a su bisabuelo Maisanta y a la creación de la América bolivariana. Se había acercado a oírlo un grupo de vecinos apureños (el Arauca transcurría no muy distante, cantaría Eneas Perdomo, el juglar inolvidable) entre gente de a caballo, comerciantes y algunos de indios cuivas que lo observaban, enigmáticos como son ellos.

Después somos todos los venezolanos a la espera de aquella promesa del Capitán de marras de reencender el ardor libertario de Bolívar, el abrazo colectivo del hombre del común y el del quepis, el recuento, en suma, del venezolano civil y el de la caserna, uno e indistinto, esta vez para siempre.

De nuevo la Historia, y de nuevo con hache alzada, refiere con minucia el devenir de aquel Capitán de Apure en su determinación de devolverle al Libertador su utopía más entrañable: la integración de los países por donde su caballo, su espada y su pensamiento inventaran su proeza,  a costa de sí, de la Gran Colombia, de una América indivisa y más tarde desconocida y destruida por sus enemigos, y  lo que más amargas, por sus otrora aliados y seguidores de su sueño, aquella pasión  mancillada en un camastro de San Pedro Alejandrino.

Otra  canalla buscará morder al ardoroso barinés, soñador como Bolívar de una Venezuela y de una América afrontada a los empresarios de la hegemonía del capital y el préstamo indigno.  Una y otra vez, sí esa canalla que decimos sería vencida por la misma Venezuela encendida por el humanismo socialista de Bolívar y propalada por el bisnieto de Maisanta  y por el ideólogo del Discurso de Angostura y de sus leyes de redención nacional y universal.

Hoy es así y todos lo sabemos: hoy, aquel Capitán sin nombre de la plaza de Elorza pareciera retomar el canto de los hijos de Atahualpa ante su muerte cuando la tierra, el mundo, se negaba a sepultar a su Señor.

Es cierto, día tras días, de  aquella figura del otrora vendedor de dulzuras no hay instante en que su añoranza no insista en perennizar presencia rediviva.

Afuera, y afuera es Venezuela y Latinoamérica y después, más allá, en cualquier pueblo de la tierra levantado contra la ignominia de la empresa capitalista y negadora de soberanía, la historia devuelve de la eternidad en que ahora existe la vida sin mácula de quien comandara aquella ansiedad de Bolívar y nos la cede, como hoy, a cada hora del desvelo popular sin atender a desmayo alguno.

Ahí, en la calle, en los campos, en el oficio vario, Venezuela sigue el llamado del soldado de Sabaneta vestido de civil y de pueblo todo que se eterniza, burlando su tumba, entre la ternura y la iracundia.

Luis Alberto Crespo

Leer en formato ePUB es muy sencillo. Se adapta a cualquier tamaño de pantalla y puedes elegir el formato que más te guste. Solo tienes que encontrar una aplicación que se ajuste a tus necesidades. Te recomendamos algunas.

Sumatra PDF es una herramienta versatil, liviana y libre que permite la visualización de ePUB y PDF.

FBreader es un lector multiplataforma con muchísimas opciones para personalizar las lecturas sin importar el sistema operativo que manejes.

Calibre es la opción para usurios avanzados que quieren sacarle todas las posibilidades a sus libros electrónicos.