Fray Servando Teresa de Mier: Sermón en una iglesia de cenizas

Que se sepa, nunca sufrió apetencias por fembra placentera este  fraile mexicano y fue fiel a los mandatos de la castidad. De haberla satisfecho no hubiera tenido tiempo para avivarlas con tanta reja de prisión y de persecuciones como sufriera pues la ergástula y las huidas no le dieron sosiego, más aún si provenían de la inquisición y de las delaciones de sus mismos correligionarios  los cuales obedecían como él a la orden de los dominicos, duchos en la tortura, el garrote vil y la candela.

La pocilga de la cárcel, entonces y el rincón hediondo donde solía esconderse fueron su domicilio. Hartas veces, ora en su patria, ora en España, en Francia y en Italia, anduvo de conspiración en conspiración y no precisamente para difundir los evangelios y escenificar el misterio de la Eucaristía sino para complicar su vividura de animal de presa con los  embrollos que ocasionan las ideas anticolonialistas que tanto lo animaran, sin atender a los peligros que  corría.

Gustoso, idolatrándose, dábase a relatar sus viacrucis carcelarios y al asedio de sus cazadores con realismo crudo, como cuando  las ratas de cierto cautiverio le almorzaron su sombrero. Tales minucias no hacen sino aumentar la curiosidad del lector, en especial en lo que toca a los desocupados fisgoneadores de la literatura de aventuras, donde el fraile que decimos hace de héroe y así lo prueban las páginas de sus confidencias, esas Memorias (reunidas por la colección la Expresión Americana de la Biblioteca Ayacucho) que comienzan de esta guisa: “Se me detuvo, como ya conté, dos meses en el castillo de San Juan de Ulúa, para dar mientras noticia a España (¡cómo  la odió!)  y armar en ella contra mí la maroma correspondiente”.

De sus travesías fue realísimo hablachento de añosa prosapia, el patronímico del de y la Y del escudo de armas, con cuyos títulos mantuvo en vilo a los ensotanados y acólitos del Rey en aquellos tiempos que mediaron entre 1763 cuando naciera y 1827 cuando detuviera su corazón, pájaro detrás de la jaula y pieza de elección de los cazadores del Santo Oficio y de los obispos de alto coturno y peor calaña, a más de corregidores de la Casa Real. Aristócrata de las familias de España, por su madre fue descendiente de la realeza azteca. Insoportable para la España imperial resultaba su estilo de acusador de las autarquías y su cedulario de maltratos y ahorcamientos.

¿Cómo hizo para escribir con tanta enjundia y frondosas páginas su ideario ideológico, sus testimonios este perseguido y enrejado, contertulio de exiliados y agitadores anticolonialistas y antiimperialistas, precursor de los héroes libertarios de la América colonial de los Carlos y los Felipes, de sus factorías, sus capitanías generales y virreinatos, abolidas como serían por las guerras de Bolívar? Sí, ¿cómo hizo para alistarse en batallas, debatir en su curul donde,  una vez más, lo esperaba el cautiverio y escapar a llegar a Norteamérica para que no lo alcanzaran los inquisidores españoles; además de airarse contra los que le metían fuego a la poesía quechua y nahualt y contra las degollinas de París y al mismo tiempo ocio para redactar su Ideario  Político? Nunca lo sabremos, pero lo juran su vida y la gloria que al fin lo salvó de los carceleros del olvido.

 

Luis Alberto Crespo

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